Entre sollozos, con un cielo ya en reposo, se encontró con la ineludible necesidad de alzar la vista, reforzar su voluntad y tener un cara a cara con sus miedos.
No era un día especial, ni siquiera existía circunstancia propicia que validara ese acto de amor, pero a la vez de sacrificio y redención, que suponía adentrarse en aquella sombra, en aquel sinsentido…
Desde hacía ya tiempo, sus despertares se habían convertido en el inicio de la pesadilla, sus anocheceres en la promesa de un final que no llegaba y que en lo mas hondo de su ser, tampoco esperaba.
La vida, se había convertido en un escaparate de falsos sentimientos, pues cada sonrisa escondía un dolor, cada lágrima anticipaba una espiral de caóticos razonamientos, que no hacían mas que alimentar esa tormenta, ese paraje desolado que vivía en su alma, que turbaba sus emociones y condenaba los errores con justicia maquiavélica.
Se dio cuenta de que los espejos ya no mostraban, lo que por derecho, era una maravillosa e intocable mirada llena de sueños, de ambiciones y vértigo por alcanzar sus triunfos. Acudió a su corazón, pues este no era mentiroso, un intangible testigo de los mas secretos y maravillosos sentimientos. Pero la respuesta era siempre como una montaña silenciosa… Un paraje precioso, lleno de misterios, pero inalcanzable y lejana.
Entendió pues, que aquella situación no era permisible, y a espada presta y sin entender del todo, de donde nacía esa fuerza, se encaró a sus demonios, alzó su voz, invocó la tormenta y ya no dio ni un paso atrás.
La ruptura de su ser , fue sin duda alguna, la mas macabra y reconfortante lección, que el destino le había hecho aprender. Tampoco fue fácil. Pues cada recuerdo y vivencia explorados, revivía cientos de derrotas, cientos de pesares que se volvían en una lluvia que apagaba el mas imponente de los amaneceres. Aquello era morir, sin saber destino, para quizá renacer en un trono de poder desde el que vislumbrar nuevos días en un reino creado por la felicidad, no por el terror.
Ahora o nunca. Le acompañaba la inexplicable sensación de fuerza y voluntad, solamente explicable en emociones que escapan a toda comprensión. Una vida, un camino y una sonrisa. Todo ello en juego, en un tablero no del todo inexplorado, pero esta vez las piezas eran parejas, no había cabos sueltos. Los gritos rompían la calma de la noche, enfrentando a una tormenta enrabietada.
Entonces lo comprendió.
El único enemigo era el. Su mayor detractor, su imbatible amenaza.
Ironía poética a su parecer, pues como blandir tu arma contra aquello que anhelas salvar…
Su batalla estaba encaminada, sabía que lo único necesario para vencer, pero también lo mas difícil, era abrazar, apretar contra su pecho, todo ese dolor, ese miedo y rencor, y dejarlo partir por un camino de no retorno. Y con los ojos bañados en lágrimas y la curiosa luna como testigo, lo dejó marchar…
Que cruel realidad, el entender que uno jamás volverá a ser el mismo tras una guerra. Que ni la mas bella de las canciones, ni el mas puro de los sentimientos, traerá de vuelta aquello que una vez fuimos.
Al final, lo único relevante que se puede extraer de tal vivencia, es el aprendizaje, es la lección…
Porque siempre que exista una sonrisa, existirá una batalla.
Porque al final… que somos?
Somos una sombra en la tormenta…
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