La alarma anti-alien sonó alta y clara. Teníamos que largarnos a toda ostia porque en menos de cinco minutos los tendríamos encima.
Pedí a Dios mío queridiño que me enviara a alguien para cuidar de las cabras y las gallinas.
Hacía unos meses que los alien venían a robarnos las aves de granja. Estaban flipados con las gallinas, pero lo más sorprendente era como les gustaban los huevos, con decir que ya no hacíamos tortilla española ni francesa y que los huevos revueltos habían pasado a la historia, ya lo digo todo.
Más adelante descubrimos porqué les gustaban tanto los huevos. Las yemas las rechazaban, pero las claras subidas a punto de nieve les pirraban.
Se tomaban baños medicinales en bañeras llenas de merengue. Esto les ponía súper cachondos y la liaban entre ellos. Tenían cuatro géneros: masculino, femenino, neutro y mezclado. Pero se juntaban todos y alcanzaban un estado suprasexual que ya quisiéramos los humanos.
Con tantas claras y merengues que tomaron, su lenguaje derivó en un cacareo difícil de entender.
Luego descubrieron que todas las aves ponían huevos y que, dependiendo de la variedad de ave, los huevos tenían propiedades diferentes.
Por ejemplo, los huevos de loro les producían una verborrea que ni ellos mismos se entendían.
Con los de avestruz podían hablar gran parte de las lenguas de la galaxia y con los de colibrí descubrieron el idioma secreto del minimalismo. También aprendieron la lengua de signos con huevos de no se sabe qué.
Al final tuvimos que negociar para arreglar todo el desmadre que se había producido. Nosotros produciriamos tartas de merengue a cambio de la tecnología más avanzada.
Una ganga!!
Menos mal que escondimos los patos para quedarnos con algunos huevos para nosotros.
Esperemos que no descubran el bacon.
Adiós
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