Al grano.
Así aconteció que mi humilde y leal persona fue destinada a una venerable ( y también vetusta) batería costera. De esas que quedan a veinte kilómetros de la población mas cercana y donde los únicos entretenimientos son la cuidada limpieza de los obsoletos cañones, jugar al parchís con algún recluta analfabeto de provincias remotas que ha caído allí por no saber ni manejar una escoba y perseguir camaleones murcianos en las noches oscuras de verano. En las de invierno, con perseguir cucarachas y chinches entre las ropas de cama ya teníamos bastante ocupación. Y digo esto porque en las noches de verano dormíamos al raso por aquello tan banal de la higiene.
Eso si. De cuando en cuando, a alguien en el lejano estado mayor se le ocurría que había existencias de munición de cuando la guerra civil y que había que gastarlas, por muy inútiles que fueran nuestras gigantescas y anticuadas bocas de tiro( La contabilidad militar, mejor dicho, la contabilidad cuartelera, ha sido y seguirá siendo un arcano para los no iniciados). Conque se ordenaba un tiro de prácticas desde Capitanía y nos pasábamos un par de semanas sacando lustre a nuestros Vickers 1929 del 152,4/50. También teníamos dos tubos del 381 mm en lo alto de la batería, pero hacía años que habían prohibido usarlos porque con el estampido se rompían los cristales de las viviendas de Mazarrón, situado a 20 Km de nuestra posición. No es de extrañar si tenéis en cuenta que disparaban proyectiles de 1000 kg a 40 km de distancia. Si alguno ha visto el filme Los cañones de Navarone, se puede hacer una idea de lo que estos bichos del 381 representan. También corría el rumor de que hacía pocos años, en una de estas muestras de poderío artillero, una pieza del 381 había saltado por los aires en Algeciras, llevándose al cielo con los angelitos a 17 heroicos militares de la gloriosa arma de Artillería, oficialidad incluida. Pero no pasa de ser , a mi modo de entender, una muy verosímil leyenda urbana. Y digo leyenda porque en el ejercito franquista todo eran leyendas y digo verosímil porque me la creo a pies juntillas.
El caso es que llegado el gran día y por la mañana temprano empezaron a llegar a la batería oficiales, suboficiales y hasta el pater del regimiento, cosa esta de muy mal gusto y peor agüero, pero se esta para obedecer y hay que joderse.
A mí, como iba para cabo, me dieron unos prismáticos que pesaban tres quilos y me pusieron al mando de una escuadra de reclutas cuyo grado de instrucción no les permitía mucho mas que estarse quietecitos y atender algún recado que nos mandasen desde la dirección de tiro ( donde estaban todos los jefotes). Ir a la cantina a por bocatas, cervezas y cosas así. Así que me situé con la tropa justo a la entrada del estado mayor, que es donde mejor podíamos servir a la patria y donde se cotilleaban las conversaciones de los oficiales.
Os explico como funciona esto. Por la mañana se hace un tiro de ajuste, porque como la bateria se usa de higos a peras y aún mas, nunca se sabe muy bien si las piezas van a tirar al unísono o cada una va a hacer la guerra por su cuenta. Y como había 4 piezas en la batería, pues había que ajustarlas una a una.
Hubo un contratiempo y es que justo cuando iba a empezar el tiro de ajuste, se coló por debajo de la linea de tiro, como media milla mar adentro, un barco de recreo. Y hubo que llamar a una patrullera para que los echara, ya que no se permite a los civiles estar en las inmediaciones cuando hay ejercicios. El barco en concreto era un velero francés, como bien pude comprobar con mis prismáticos, pues llevaban banderitas de colores y las tetas al aire.
La operación llevo mas tiempo de lo previsto y este fue el inconveniente. Bueno, lo cierto es que ya podía empezar el tiro a una especie de lata gigante que estaba como unos siete kilómetros mar adentro. Yo me dispuse a disfrutar del espectáculo con mis primáticos sentado en lo alto de una tapia de un aljibe que siempre estaba vacío. Conmigo dispuse a los reclutas, aunque ni de coña pensaba cederles los prismáticos.
¿ Habeis oído algún cañonazo de una pieza grande alguna vez? Pues al romper el estampido nos caimos los cinco de espaldas al fondo del aljibe seco, con la desgracia para mí de que además de la costalada, me clave las conteras de los prismáticos en las cuencas de los ojos y , a mis espaldas, claro está, me estuvieron llamando el cabo gafotas durante un par de semanas.
Tras esta primera experiencia, fue transcurriendo el tiempo y la mañana con sucesivos ajustes, hasta que llego la hora en que la puntual Armada Española nos enviaba una corbeta remolcando un blanco en movimiento sobre el que debía centrarse el ejercicio.
Pero, cosas de la fortuna, cuando llegó esa hora solo habíamos ajustado tres de las cuatro piezas, por lo del trasteo con las francesas, con lo que pudimos asistir a la deliberación de los manods sobre el modo de proceder. Hubo quien fue partidario de realizar el tiro de combate con solo tres piezas, pero un capitán que era muy redicho propuso ajustar la cuarta pieza mediante una colimación reciproca o no se que, que ya no me acuerdo, pero que a mi me sonaba como un Conjuro del Gran Archimandrita de Constantinopla. Y se nos quedó a todos el belfo colgando, pero como decían que aquel capitán sabía hablar alemán, pues nadie protestó y el coronel autorizó las cosa.
Así dispuestos, comenzó el espectáculo. Y le dimos a la primera...
A la corbeta...
La primera reacción colectiva fue de estupor, e inmediatamente se lió un pandemonium del carajo de la vela. Yo, lo primero que temí fue una reacción extemporánea de los muy competentes artilleros de la Armada, mientras intentaba sofocar los gritos de júbilo y los vivas efusivos de mis muchachos, que aún no comprendían bien el objetivo del ejercicio. ¡ Viva la artilleria, viva la Artilleria! Y yo ¡ Callarsus, coño! ¡ Que nos van a oir! Pero estos reclutas no parecian muy enterados de que iba la cosa. En el interior del estado mayor se sucedían las carreras, gritos de terror e imprecaciones jupiterinas que pa que os voy a contar. Por fortuna, Dios estaba con la Armada ese día y el impacto no produjo muertos ni heridos, así que en vez de bombardearnos, como yo temía, la reacción se limitó a una comunicación del airado comandante de la nave en la que se nos decía que si queríamos un remolcador para nuestro blanco de prácticas teníamos que hablar con el señor padre del coronel y algo más de unos cuernos que mejor no lo repito. Y dieron media vuelta con su herida corbeta y se marcharon sin más.
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