PIERCINGS

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Mi nombre es Federico. Mido uno noventa y tres y estoy lo que muchos llaman “cachas”. Jugué al baloncesto en mi época universitaria y como estaba muy delgado empecé a ir al gimnasio para coger volumen y fortalecer los músculos. Cuando dejé el baloncesto seguí con el gimnasio y no puedo pasar más de dos días sin hacer ejercicio, cosa de las endorfinas según los médicos.

Estaba en Madrid por asuntos de trabajo y me hospedaba en el hotel habitual a las afueras de la ciudad cuando tenía que ir. El hotel tiene un pequeño gimnasio en la última planta y hacía uso de él todos los días, después del trabajo. Esa era la principal razón para que siempre volviera al mismo, además de ser confortable y tener parking propio.

Una tarde éramos tres hombres los que lo utilizábamos cuando entro una mujer mulata. Tenía la piel del color del chocolate con leche y era increíblemente alta, le calculé cerca del metro noventa. Era muy delgada y tenía un cuerpo discretamente musculado que saltaba a la vista. Llevaba puestos unos pantalones cortos ceñidos y un top que le cubría solo el pecho, zapatillas sin calcetines completaban el atuendo.

Se puso en la cinta de correr un rato dándonos la espalda. Los tres observamos como movía aquel culo estrecho mientras corría a buen ritmo. Después se puso en la máquina de musculación para ejercitar las piernas, justo enfrente de mí en la de ejercitar brazos y dorsales.

Cada vez que levantaba las pesas sujetas a las poleas, aparecían un montón de músculos en sus piernas, sobre todo en los muslos. Pocas mujeres había visto en los gimnasios con la fuerza que demostraba esta. Cuando levanté la cara me di cuenta de que miraba hacia mí. Bajé la vista para no importunarla en su concentración. Cuando me fijé en lo pequeños que tenía los pechos me llamó la atención la marca que se le hacía en los pezones. No era normal tener tres puntas, en vez de una, en cada pezón.

Al incorporarse vi que tenía un piercing en el ombligo del que colgaba una cadenita con una bolita al final y me imaginé que también debía llevar en los pechos. Recorriéndole el cuerpo con la mirada descubrí que tenía varios tatuajes con tinta negra que disimulados por el color de la piel.

Me fui a la habitación y ella siguió allí machacándose. Me duché y bajé al bar del hotel a cenar algo ligero. Al poco la vi entrar y dirigirse directamente a la barra, pidió algo al camarero y se sentó en una mesa a curiosear su móvil mientras esperaba. Al poco la sirvieron un sándwich y una ensalada.

Al día siguiente volví a encontrármela en el gimnasio y era la única usuaria en ese momento. La saludé y me respondió con una sonrisa que dejaron al descubierto unos dientes blanquísimos al contraste con el tono de sus labios. El atuendo que llevaba era similar al día anterior pero más justo y la verdad es que era fácil verla desnuda con un poco de imaginación.

Cuando coincidimos en las máquinas de musculación, estábamos uno frente al otro a menos de un metro de frente de distancia. La vi tirarse de los pezones a través de la tela al tiempo que los apretaba un poco. Me quedé de piedra observándola los pechos y levanté la mirada. Sus ojos se clavaron en los míos y me sacó la lengua.

A mí no me hacen falta muchas insinuaciones para decidirme a actuar. Me fui a la puerta del gimnasio y eché el cerrojo, si venía alguien ya le daría las explicaciones oportunas y seguro que lo entendería. Si no, que le dieran.

Me acerqué a ella mientras me quitaba la camiseta sudada y me senté en sus piernas quedando de frente. Le levanté el top y allí estaba la razón que me había tenido intrigado, una barrita atravesaba sus pezones y a cada lado tenía una bolita, cada una de un color. Tenía los pechos diminutos, incluso yo más pectorales que ella, pero los pezones grandes y abultados.

Dejó caer los brazos a los costados del cuerpo. Le cogí los pezones con los dedos y los masajeé, enseguida se contrajeron y se le pusieron de punta. Acercó la cara a mi pecho y empezó a lamer los míos al tiempo que buscaba la forma de sacarme la polla del pantalón de deporte con las manos. Empezó a masturbarme despacio hasta que me la puso dura.

Me dijo que me levantara al tiempo que lo hacia ella. Su altura era increíble para una mujer, nunca había estado con una tan alta. Se aproximó a las espalderas de la pared y se quitó la ropa, incluidas las zapatillas. Empezó a trepar y cuando calculó que la altura era la idónea, se colgó con las manos de espaldas a la pared y se sujetó con los pies a los lados, quedando totalmente expuesta abierta de piernas. Le descubrí un metal más, esta vez le atravesaba el clítoris en sentido vertical.

No hizo falta que dijera nada, me acerqué y hundí la cara en su pubis. No tardó en correrse y pensé que ya debía estar excitada antes de que yo llegara. Le dije que se diera la vuelta y esta vez me ofreció el culo en pompa. Lo masajeé y le pasé el dedo por el orificio mientras la otra mano trabajaba entre sus piernas.

Me vino a la cabeza lo maravilloso que sería entrar en ese orificio tan estrecho y decidí intentarlo. Lo unté de saliva y metí un dedo. Con el segundo dedo se corrió de nuevo y al ver que le gustaba le dije que bajara algún peldaño para poder meterle la polla. Descendió lo suficiente para poder apoyar el capullo en la entrada y me deslicé dentro con un empujón de caderas.

Nada más metérsela se corrió otras dos veces más, seguidas. Empecé a pensar que tenía que ser multiorgásmica, no cabía otra posibilidad. Fue entonces cuando decidí no correrme en aquel orificio caliente y ver cuantos orgasmos era capaz de tener seguidos, como si fuera un reto personal.

Le dije que ascendiera para poder meterme entre la espaldera y ella. Con la cabeza entre sus muslos, atraje su culo con las manos hacia mí y cuando tenía el coño a la altura de la cara, empecé a jugar con la lengua sobre el metal. Perdí la cuenta de las veces que se corrió en menos de cinco minutos. En algún momento noté liquido resbalando por mi barbilla, seguramente con tanto orgasmo no había sido capaz de retener la acuciante micción.

Me subí a las espalderas hasta llegar a una altura suficiente para que me la chupara cómodamente. Se la metió en la boca empezó a follarme tragándosela entera. Notaba perfectamente cuando traspasaba el linde de la garganta y la dejaba deslizarse hacia dentro, perdiendo la posibilidad de respirar. Se quedaba quieta presionándome con los músculos de la   garganta, como si tragara. Cuando agotaba el aire de sus pulmones se la sacaba y me lamía el capullo.

La avisé cuando estaba a punto de correrme. Se la sacó y empezó a masturbarme delante de su cara con la boca abierta. Parte fue a parar directamente dentro y parte a la cara. Utilizó los dedos para meterse en la boca lo que chorreaba por sus mejillas y volvió a chupármela.

Abandonamos las espalderas y la tumbé en un banco de gimnasia con las piernas a los lados. Recuperado del primer asalto se la metí por delante y empecé a follarla como un poseso mientras ella no dejaba de tener consecutivos orgasmos. Esta vez ni me acordé de sacársela y me corrí dentro.

Decimos pasar la noche juntos en su habitación y seguir con la diversión. No había amanecido aún cuando me desperté, ella estaba desnuda y respiraba profundamente. Me incorporé y acerqué la polla a su boca presionando los labios. No tardó en abrir los ojos y aceptarme. Fue una mamada relajada y lo agradecí porque notaba molestias en la punta, seguramente la tenía escocida.

Me corrí lentamente notando cada chorro que expulsaba y que ella tragaba. Al acabar me dijo que me tumbara a su lado, me puso una pierna encima y volvió a dormirse. Yo ya no pude pegar ojo.

Me levanté con cuidado y me fui a mi habitación a ducharme, tenía que ir a trabajar y no me venía mal llegar antes de tiempo para ir adelantando la documentación para una reunión que tenía esa misma mañana.

Esperaba verla de nuevo por la tarde en el gimnasio y no apareció. Fui a su habitación y no estaba, la busqué en el bar y tampoco. Pregunté en recepción por la clienta que se hospedaba en su habitación y me dijeron que había abandonado el hotel esa misma mañana. Frustrado volví al gimnasio para machacarme los músculos e intentar sacármela de la cabeza.


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