Arremete
Por Cipriano Lorenzo de Ara Rodríguez
Enviado el 17/03/2022, clasificado en Amor / Románticos
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No hay tiempo. Llega el final. Tu final. Estoy fuera. Te espero. No tardes. Ya sabes lo que tienes que hacer. Despedirte de tu marido. De tus hijos. Y no olvides el cuaderno. Estoy en el coche. Sal ya.
Rompió el papel. Se lo metió en la boca y se lo tragó. Hizo lo que tenía que hacer. Pero cogió un cuchillo grande.
Abrió la puerta y salió a la calle. Frío. Frío intenso.
Vio enseguida el coche. Entre tanto coche sabía que ese era el que la llevaría lejos. Tan lejos como pudiera hacerlo el hombre al que no conocía. Uno soldado como ella. Así de sencillo.
Se metió en el coche y ocupó el asiento del copiloto.
Se miraron.
Le entregó el cuaderno.
El negro lo lanzó al asiento de atrás.
Arrancó y se puso en marcha.
-Ojalá te decidas a matarme cuando lleguemos al desierto. No antes. ¿Te parece?
-Está bien.
-Así hablaremos durante un par de horas. O hablaré yo si tú no quieres hablar.
-No quiero hablar.
-Bien. Lo respeto. Es tu derecho. Los dos somos profesionales. He oído hablar de ti. No mucho, la verdad, pero me han contado cosas serias de tu trabajo. Así que aquí estamos y hace una hermosa noche. ¿Pongo música?
-No me gusta la música.
-Vaya. Dejaré la radio entonces. Quiero que estés cómoda. Lo más cómoda posible. ¿Fumas?
-No
-Me habían dicho que sí.
El negro enciendo un cigarro. No abre la ventanilla. Se da cuenta que el humo la molesta.
-Abre la ventanilla si quieres. Hace frío, pero mejor el frío que este puto humo.
Ella ni pestañea.
-Chica dura, sí señor.
Fue más o menos así, según cuenta el hermano del negro. Sacó el cuchillo con la rapidez de una hijaputa experta en el manejo de este tipo de armas. Se fue directa al cuello y lo metió hasta la empuñadora. Y eso que el vehículo iba por lo menos a noventa kilómetros hora. La cosa terminó en cochambre. El negro desangrado, con los ojos y la boca abierta. El coche sin solución y metido en lo más hondo de un barranco. Ella tiritando de frío y echando sangre por la boca.
Pasaron dos años. Y el hermano del negro contrató a unos chicos de aquí para que acabaran con ella y con la familia. Preguntaron por los niños. ¡A los niños los quiero cortaditos en rodajas! La orden clara y precisa. Y a por ella que se fueron los tres. Volaron de Madrid a Tenerife. Dirección de ella incluida.
La policía no se tragó del todo la historia, pero el negro de casi dos metros no ayudaba a seguir investigando. Ella dijo que había tenido un rollo con el fiambre y que este se había creído que la cosa daba para mucho más. Para muchos más polvos. Pero ella quería uno bien dado y si te he visto no me acuerdo. Así lo contó.
Sí, estaba casada y era madre de dos angelitos, pero se le metió en la cabeza follar con un negro toda una noche y al primero que encontró fue a este loco que poco después le hacía la vida imposible con amenazas de presentarse en casa y esas cosas. Se acojonó, y acojonada y todo le metió el cuchillo en la garganta.
Ella esperaba la reacción del hermano a los pocos días. Pero no supo nada.
Hasta hoy.
Los tres irrumpen en la casa al medio día. El marido, los niños, de 10 y 8 años en la mesa, y ella riéndose delante de la nevera abierta.
Sacan las pistolas y comienzan a disparar. Primero revientan las cabezas de los peques. Al marido le disparan como si fuera una foto. Lo agujerean. Y ella se mete tras la puerta de la nevera.
Cesas los disparos.
Dejan las pistolas sobre la mesa.
Se dejan ver.
-¿Una peleíta de las buenas?
Ella, que llora, cierra la nevera y arremete.
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