En la batería el silencio era pavoroso. Los oficiales se miraban unos otros mientras miraban la espalda del coronel que se había quedado como petrificado observando la corbeta que se alejaba.
En cuanto al estado de ánimo de la tropa allí presente pues ¿ Como os lo explicaría yo?
¿ Alguna vez os habeis fijado en la mirada esa que pone un perro... cuando esta cagando? Estirando el cuello y mirando de reojillo.
¡ Sabe que es culpable! ¡ Lo sabe!
Pero no tiene ni puta idea de que.
Pues así nos quedamos todos los de la bateía, esperando un castigo Olímpico durantes unos angustiosos e interminables minutos de tensión.
El coronel optó por marcharse con su chofer mientras se nos daban abruptamente órdenes para recoger los bártulos de los oficiales que se volvían ahora a Cartagena. Bien, el castigo no vendría en caliente, pero ya llegaría en frío como llega la noche después del día, inexorable.
En fin mis queridos amiguitos, que se acabó el tiro, mis posibilidades de ascenso y los permisos de fin de smana, que fueron cambiados por un incremento de servicios y trabajos en aquella malhdada batería de costa, donde pase el resto de mi servicio como Napoleón en Santa Elena. Hasta el último día.
Y para que quede constancia para futuras generaciones y para el amejoramiento de la raza humana y de las cosas de la ciencia, ahí os dejo una máxima.
Pletóricos de alegría
Servimos a nuestro regimiento
Sin saber que en cualquier momento
Te jode la Artillería.
Vuestro, siempre amantísimo.
jarp
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