Denunciar relato
Fue un verano miserable. La humedad de las mañanas se colaba entre las sábanas y una fina capa de sudor me cubría la cara, los ojos me ardían de tanto llorar. Nunca fui capaz de encarar tu indiferencia, nunca supe interpretar tu desprecio. Siempre pensé que esa era tu forma de amar, pero hoy sé que quien ama, no hiere de tal manera.
Bajo el sol se me secaban los labios, pero no tanto como cuando tu boca tocaba la mía. Tus besos deshonestos eran desierto en el oasis de mi cuerpo, pero soporté la sequía con la esperanza de que un día la lluvia torrencial tocaría mi piel. La lluvia nunca llegó y el verano hostil, se enfureció. Se me quemaba el cuerpo apenas me tocabas, pero nunca en un sentido pasional; muy por el contrario, tu tacto dolía. Las yemas de tus dedos no eran fieles, me decían a cada roce que habían acariciado otros paisajes. Nunca te bastó el desierto en el que me habías convertido, buscaste otros lugares con follajes verdes para secar.
Con la piel partida e infértil, vino la oscuridad de la noche y el frío no tuvo piedad, se metió por los recovecos de mi corazón roto y seco. Tu indiferencia y desprecio resonaron en mi interior como el fuerte aullido de un coyote, me estremeció hasta el terror y me encontré sola, acorralada por tu arrogancia. Lloré finos granos de arena pues te llevaste el agua viva que había en mí, no vacilaste para llevarte hasta mi última chispa de vida.
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