Cría cuervos
Por Cipriano Lorenzo de Ara Rodríguez
Enviado el 25/03/2022, clasificado en Amor / Románticos
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Pablo, alto, con barba blanca, tirando a gordo y apollabobado desde chico, se empeñó en casarse con una rusa de puta madre y buenorra. El padre de la rusa tenía un yate en un puerto de esos que abundan y donde se pescan lisas y otros peces de mierda. El yate no era gran cosa, pero era un yate y a Pablo le encantaba follarse a la rusa en alta mar. Pablo no sabía nadar. Era tan bobo y tan poca cosa que aunque había nacido a cien metros o menos de un muelle de pescadores y era hijo de pescador, el muy imbécil solo se metía en el mar hasta que el agua le llegaba a las rodillas. Y nadaba al modo perro lacayo con cara de asustado y anhelando pisar la orilla. Así era Pablo en verano. En invierno aprovechaba tener centímetros y músculos para ganarse la vida como portero de discoteca, sala de fiesta, bingo. Y es que el verano para Pablo era sagrado. No dar palo al agua era el mandamiento número uno. Y luego follar, emborracharse, las fiestas, llevar dinero siempre en el bolsillo. Y mucho dinero. Pablo apenas sabía leer, apenas escribir, apenas hablar, pero el inglés lo dominaba como un alumno aplicado de esa escuela de idiomas que hay en mi pueblo y que sirve para que hijos inútiles de ricos se metan en aulas para hacer que estudian durante un par de años. Pablo al final se casó con la rusa y vivió mejor que nunca. Llegaron los hijos. Tres. Dos niñas y un rusito que al salir del coño ya se puso malo. En él gastaron lo que no está escrito en los papeles. Pero al final lograron ponerlo en su sitio y ya vivió con pastillas y médicos cada seis meses. A Pablo le gustaba la mujer pero también las niñas cuando estas cumplieron los 10 años. Y es que Pablo se tiraba lo que le pusieran delante. Con amigos españoles, franceses, italianos, belgas y rusos formaba parte de una cofradía de depredadores sexuales. Las chicas de quince años expertas en todo merecían el pago en metálico de una buena cantidad de euros. Hasta que un día a Pablo le dio un dolor fuerte de cojones en el pecho. Cada vez más fuerte. La polla se encorvó. Hizo una retirada acojonante. Y el dolor no remitía. Y Pablo gritaba que se moría, que le faltaba el aire, que tenía frío, que no veía, que lo sacaran de allí y que lo llevaran al hospital más cercano. Cabrones, dijo antes de perder el conocimiento. Abrió los ojos en un callejón, junto a unos contenedores para la basura. La boca seca, meado. El pecho ya no le dolía. Más tarde vio a las dos chicas con las que estaba desnudo y follando. Muertas, cuello rajado, ojos abiertos. El apollabobado gritó y quiso ponerse en pie pero lo habían esposado a una farola. No dejó de gritar. Y así se mantuvo hasta que en el callejón apareció un coche que paró ante él. La ventanilla del asiento del conductor se bajó. Su hijo lo miraba. (Paso de describir al personaje).
-Ni mamá ni mis hermanas saben nada.
-Están muertas, mi vida, y te juro que yo no las he tocado. Me desperté aquí y ellas muertas, así, como las ves ahora. No hace ni cinco minutos que abrí los ojos. Me duele un montón…
-Lo sé. El pecho. Pero ya no te duele tanto, ¿verdad?
-Sí, me duele. Yo…
-Vas a morir, pero no de un ataque al corazón. Seré yo con esta pistola. Te pegaré un tiro y…
-¿Qué estás diciendo?
(Y Pablo, creo que por primera vez, se puso a llorar.)
-Ssssss!
-Yo te quiero y tú me quieres y somos una familia.
El hijo sacó la pistola y le pegó un tiro en la cara. Luego se lo pensó mejor y siguió disparando. Siempre en la cara. Bang, bang, bang. Subió la ventanilla del coche. Miró por el retrovisor a la madre. Amordazada. Gimoteando y a esto de desmayarse.
-Ahora te toca a ti, mami. El sitio es una sorpresa. ¿El yate? Pue sí. El yate de abuelo. Él ya está tieso. Lo maté esta mañana. Y mis hermanas están con él. También muertas. Pero las tiré al mar después de meterles cristales por el coño. Vamos entonces.
Este chico, de veinte y dos años prometía. Al cumplir lo dieciocho le preguntó Pablo que a qué quería dedicarse. Sin estudios, sin interés por nada. El mayor de edad, en el restaurante donde cenaba con la familia, respondió imitando la mirada de Damien: “Quiero que hablen de mí.”
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