Ignacio se licenció en matemáticas. Tenía su habitación llena de libros de astronomía y se bajaba de internet toda la información que sus libros no le proporcionaban. Precisamente en un foro de internet supo de Hipatia, pseudónimo tras del que se escondía una ingeniero químico con la que, durante dos años, estuvo compartiendo cuestiones teóricas, problemas matemáticos y fotografías astronómicas. Era palpable la atracción que había entre ambos aunque omitían ese aspecto en sus correos. Ni siquiera intercambiaron una foto. Un día decidieron quedar para conocerse en persona, pero con la condición de que, por esa vez, no hablarían de ciencia. El día fijado, Ignacio, algo nervioso, se presentó a la cita con su traje y unas flores. Tal y como habían acordado, una mujer con un pañuelo rojo al cuello esperaba a las puertas del restaurante.
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?¿Eres Hipatía?— pregunto él
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La mujer asintió con la cabeza y entraron. Ella llevaba un vestido escaso, pero había sido generosa con la pintura facial. Fumaba en exceso y utilizaba un lenguaje que rayaba en lo soez. Ignacio empezó a sentirse incómodo, sentía haber sido objeto de una broma pesada. Al fin ella le habló de la pensión del otro lado de la calle y de lo que le cobraría…Con una poco creíble excusa, él se marchó tras pagar las consumiciones. No volvió a mantener correspondencia con ella. No abriría jamás sus correos.
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Dos años más tarde, Ignacio conoció a Clara en un ciclo de conferencias sobre astronomía. Compartían aficiones, su amor por la ciencia y….el uno por el otro. Se casaron unos meses después. Ignacio nunca llego a enterarse de que Hipatia no había podido acudir a la cita y que una «profesional del sexo» llevaba casualmente aquella tarde un pañuelo al cuello y quiso aprovechar la ocasión.
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Quizá sí acabaría sabiendo que Clara fue durante un año conocida como…..Hipatia.
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