Primer acto
El abuelo salió de su casa a las 9 en punto de la mañana, para dar un paseo de dos horas como de costumbre.
En la mitad del recorrido se encontró una cartera tirada en una esquina. No había dinero, pero sí documentación a nombre de Vivencio Ergoma Lípez.
Guardó la cartera para entragarla en la Policía Local de regreso a casa.
Sin embargo nunca llegó. Un camión lo atropelló en el paso de peatones de la calle Darío.
Quedó hecho polvo a punto de morir. Llegó la ambulancia y se lo llevaron moribundo.
Segundo acto
Tres horas antes salía de casa el señor Vivencio. Iba a tomar el café con leche y cruasan al bar de Fabiano. Sin embargo, el señor Vivencio tiene lagunas de memoria.
A veces se pierde y tarda días en aparecer, hasta que de repente alguien lo trae y aparece hecho un asco de estar días vagando por ahí.
Medio adormilado yendo hacia el bareto, se tropezó con un joven al que pidió disculpas y continuó la marcha. Ya en el bar y después de desayunar, se dió cuenta de que le faltaba la cartera.
- Fabiáno - dijo:
- Mañana te pago, que me he olvidado la cartera en casa -
Y salió del bar en dirección al parque.
Tercer acto
Feliciano Guzmán, delincuente habitual, carterista. Tiene veintitantos y no levanta cabeza. Anda al despiste a ver si pilla algo.
Aquella mañana tenía mono y necesitaba algo urgente. No tenía pasta y vió al viejo tambalearse por el otro lado de la calle. Cruzó y se tropezó con el anciano. Fué fácil quitarle la cartera, se quedó con la pasta y tiró la cartera en una esquina.
Cuarto acto
Sonó el telefono y la señora Felisa Ergoma vió en la pantalla un número desconocido:
-Aló- contestó
-Aquí el Hospital Nueva Esperanza- contestaron.
- Soy la doctora Milagros Foreva y mi llamada es para comunicarle que un señor llamado Vicencio Ergoma Lípez acaba de ingresar en urgencias por un accidente grave -
La señora Felisa llama a sus hermanos y se reúnen todos en el hospital.
El anciano padre estaba bastante demacrado y entubado. Los médicos dijeron que muerte cerebral y que los daños eran irreversibles. La familia debate y deciden no tener a su padre en estado vegetativo.
Días más tarde hacen el funeral y depositan la urna con sus cenizas en el nicho familiar.
Quinto acto
Cinco dias mas tarde llaman a la puerta de la familia Ergoma.
Es la policía con el señor Vicencio, desmemoriado y un poco sucio.
- Lo han encontrado vagando por el parque - dijo el agente a la señora.
- ¡Dios mío! - dice ella echándose la mano a la boca.
- ¿ Entonces a quién hemos enterrado ? - gimió.
Contaron el caso a la policía y esta comenzó sus pesquisas.
En poco tiempo averiguaron que había una persona desaparecida por las mismas fechas y que podía coincidir con los restos que estaban en el nicho familiar de la familia Ergoma.
Se pusieron en contacto con los familiares y estos afirmaron que el abuelo había desaparecido el lunes de la semana pasada.
También habían denunciado su desaparición.
Sexto acto
Pero la cosa se fue torciendo ya que la familia del difunto quiso ver los restos y quizás identificar al anciano. Pero lo más fuerte fue cuando se enteraron de que aún vivía cuando lo desconectaron y para más dolor... ¡lo habían incinerado!
Todo ello prohibido en su religión.
Alguien tendría que pagar por todo, aunque lo más trágico era el destino en el más allá. No habría resurrección porque se había destruido el cuerpo del abuelo.
Tales eran las creencias de la familia, ultra-religiosos hasta la médula que nada podía consolar su dolor, así que acudieron a los tribunales y pidieron una pasta de indemnización, por si les tocaba algo.
Las últimas noticias que se tienen es que aún están en el tira y afloja y no se sabe como quedará el asunto.
Lo mejor que podría pasar es que al final apareciera el abuelo y que todo se quedara en un susto.
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