Mangano

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La playa llena de cuerpos. Los barcos a medio hundir. Y el mar en calma. El cielo oscuro. La lluvia. El viento cortante. El mar no se mueve. Las gaviotas comiendo. Los cuervos comiendo. Las hormigas bajando a la playa para comer. Los gusanos saliendo y entrando de los cuerpos. Comiendo. Dos turistas escandinavos sacando fotos maravillosas de la poeta argentina suicida que sentada en una roca lee en un grano de arena la historia de un rey sin días. Tantos cuerpos.

Elena se despierta. Ojos grandes y negros. Recuerda todo lo soñado. Enciende la luz. Retira la sábana. El cuerpo desnudo. Se masturba como hace todas las mañanas desde que está enamorada de un filósofo de setenta y cinco años con el que se va a casar para no pedir permiso y seguir leyendo Cumbres borrascosas todos los días hasta el fin de los días.

Es joven, guapa, blanca, alta y delgada. El pelo de la Mangano. Las ojeras y el insomnio de la Mangano. Italia entera en ella. Es italiana, claro.

Llegó a España en busca de la polla que la dejó con ganas en un apartamento de Roma el verano pasado. Aquel viejo al que hoy está unida y que no la deja hablar. Pero ella no quiere hablar.

Sueña con cosas horribles cuando duerme dos horas, a veces incluso tres horas. Lleva las pastillas para dormir y las que borran de la cabeza la idea de lanzarse al vacío, cortarse las venas, envenenarse, abrir el gas, ahorcarse. La vida, dice, es estar en el asiento de la biblioteca donde está ahora y leer y nunca romper el silencio.

Un amigo del pensador aseguró que sin conexión a internet no podría trabajar. No podría pensar. Ella se desnudó y corrió por la casa. Reía sin frío.

Este último sueño la llevó a escribir rápidamente. Y escribió para no olvidar los detalles más insignificantes. No lo hacía con los demás sueños. Pero el de hoy le advertía que la boda iba a ser aburrida, ruidosa, lenta, atropellada. Quiso pedirle al novio que sería mejor dejarlo para más adelante. Para cuando cumpliera los cien. Y se lo dijo.

Yo te mato, puta italiana de los cojones. Te mato ahora mismo. Me quedo tranquilo esperando a los periodistas pero te mato. Querrás decir a la policía. Yo te mato, te como, te meto en la nevera a trozos. Dejaré para el final la lengua, los ojos, el coño, el pelo de Mangano. O nos casamos o me mato. ¿Quieres ver cómo me quito la vida en lo mejor de mi vida? Sí, quiero.

Y fue como el quiero que se dan los novios ante el alcalde del pueblo, ante el cura empalmado, ante los amigos muertos ya de hambre, ateos. Divorciados.

 


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