André ignora que Italo Calvino ya murió
Por Cipriano Lorenzo de Ara Rodríguez
Enviado el 13/04/2022, clasificado en Amor / Románticos
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André con dieciséis años salió del cine convencido de que él era Bolmondo. Jean Paul. Feo pero.
André era feo, sí, y no era como Belmondo que se las llevaba de calle. Qué va. André era feo y bobo y sucio y analfabeto y poca cosa y con el miedo metido en el cuerpo miraba asustado a ver si pillaba al padre de lejos y a los compañeros de clase para meterse por otra calle. André entró a ver la película sin saber qué película iba a ver. Le pasó lo mismo cuando se metió a ver El Exorcista y hasta que llegó a casa no respiró. Y luego en casa respiró. Pero no estaba tranquilo. André desde ese día le tiene miedo al diablo, a las brujas, a los exorcismos, a los cacharros de san Andrés, y no puede con los musicales donde se rompe el diálogo y de repente los artistas se ponen a bailar y a cantar. Le hizo reír La naranja mecánica, la chaqueta metálica, pero la segunda parte de la película se la paso haciéndose una paja. A carcajada batiente se pasó viendo El resplandor. Se meó encima con Tiburón, la uno, la dos y la tres. A Michael Caine lo llamó tolete. Luego lo vio trabajar en otras películas y le pidió disculpas. En serio. Con El hombre que pudo reinar se le cayeron los ojos y quiso vivir así. O se vivía así o la vida era más cochina que la calle de los pobres de Misericordia.
Ah (como en un suspiro), el hijoputa de André con dieciséis años no estudiaba ni se le pasaba por la cabeza la idea de buscar trabajo. El padre se mataba trabajando y la hermana trabajaba en casa haciendo comida, barriendo, fregando, lavando ropa, matando bichos, dando de comer al perro, a los gatos, a los pájaros, recibiendo a tíos, tías, primos, primas, desconocidos que metían la cabeza para saber cómo iba la cosa en la casa sin Marta. Pues la chica se defiende, y no se queja. Ya tiene ojeras y con catorce años parece madre de dos hijos. Es que son dos críos.
André se alimentaba de papas fritas y huevo frito. Y se mandaba tres o cuatro bocadillos así de grandes al día. Engordó lo que no está escrito. Y de no bañarse le salieron unas cosas raras en las piernas. Sangraban esas cosas redondas. Pero un día se fueron. Y hasta poco antes de ir al servicio militar se entretenía rascándose el culo y mirando el dedo lleno de lombrices blancas, chiquitas, vivas y en movimiento. Culebreando. Las aplastaba contra la almohada. Luego metía el dedo en la nariz y sacaba el moco seco y para la boca. Y así sin más se tuvo que poner el uniforme y por vez primera lloró viéndose lejos de la cloaca que conocía.
En la compañía detectaron a la primera que André era carne fresca. Se lo follaron dos veteranos. Uno de Galicia y otro de Zamora. Al de Zamora le flipaba que André se la chupara y se corría en la boca del canario. El gallego se lo llevaba a las duchas y allí le metía la polla. André quedaba sentado. A veces lloraba y otras veces no lloraba. Se meaba encima. Se cagaba encima. Lo arrestaban por ser un mierda.
André pasó tres meses así.
Luego no.
Se hizo a las órdenes y le cogió el tranquillo al uniforme. Los fines de semanas a Madrid para meterse en una habitación y pasear por las noches por una ciudad en la que ganar dinero. Más pollas en la boca, en el culo. Pajas a viejos, a turistas. Se le daba bien. Pero André no era maricón. A André le gustaban las pibas.
En un cine se metió como hacía siempre sin saber qué echaban. Y el taxista de la película lo cambió para siempre. Eso pensó. Ya no era Belmondo. André era matador. Y miraba pasar los taxis. Y sin saber nada de música tenía la banda sonora de la película en la cabeza. Todo el día.
Le dieron la blanca y se afeitó la cabeza. Copión.
Llamó a casa y la hermana le dijo que si venía. Sí. Quiero un taxi.
Mientras no pida un tractor amarillo.
André cumple hoy sesenta años. La hermana ha llamado para felicitarle. Uno de sus hijos, que vive en Talavera de la Reina, también llamó para felicitarle y pedirle dinero.
Se pone a dar vueltas por la plaza y recuerda. Belmondo, matador, Ripley, la meada de Alaska, el baile de El Padrino y aquella ocasión en que decidió que iba a buscar a Streisand para casarse con ella. Y casi lo hace pero el avión se estrelló con el turista accidental.
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