El caso Wellington

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Los Ángeles. 12 de Noviembre de 1962

 

Soy detective. Soy un buen detective pero…

Siempre hay lugar para un «pero» y el mío tiene forma de caso mal resuelto con víctima accidental de por medio. Desde entonces muchos cigarrillos y demasiados litros de bourbon consiguen mantener mi nivel de culpa dentro de límites aceptables.

Subsisto resolviendo casos de infidelidad y fraudes al seguro. Cody M. Colt, antaño sinónimo de éxito, ahora no es más que el nombre de otro habitual de la licorería de Rick, o así ha sido hasta hoy. Al menos eso espero.

Eran poco más de las once de la mañana y ya iba por mi tercer trago cuando una desconocida golpeó el vidrio esmerilado de la puerta, justo encima de mi nombre escrito en letras de imprenta. No era rubia platino ni tenía las curvas de Mulholland Drive pero sus ojos rasgados encandilarían al más pintado y llevaba una máquina de escribir Continental con la misma naturalidad con la que Jackie Kennedy luce su Gucci favorito.

–Encantada de conocerle, señor Colt.

–Son pocos los que se atreverían a decir eso, señora…

–Señorita Wellington. Como el asado inglés.

–Nunca lo he probado.

–Tenga cuidado cuando lo haga. Puede indigestar.

–Seguiré su consejo. ¿Es inglesa?

–Una parte.

–¿Y la otra?

–Rusa. Me llamo Laurissa.

–Ahora le daré yo un consejo: no presuma de su pasado ruso.

–¿Tiene miedo de que sea una espía?

–Lo que tengo es curiosidad por su máquina de escribir.

Laurissa, mientras preparaba con soltura la Continental, me contó una rocambolesca historia que según ella nos haría ganar mucha pasta.

–¿Realmente cree que puede viajar al pasado con su máquina de escribir? –le pregunté tras dedicarle mi mejor carcajada de beodo.

–He dicho «ver», no «viajar», señor Colt, y yo le ofrezco este mundo de posibilidades para que vuelva a ser quien fue. Conmigo como socia.

–Una máquina de escribir.

–Es tecnología nazi.

–Le daré otro consejo, señorita Wellington. Solo ganará dinero si le vende ese cuento a Amazing Stories…

Inmune al sarcasmo, Laurissa ya tecleaba en la Continental con la celeridad de una buena secretaria. Entonces las paredes del despacho se esfumaron y me hallé en su lugar en un simulacro bastante aceptable del hall del edificio, por él pude merodear a mi antojo, inmaterial para quienes allí se encontraban. Al dar las once, Laurissa cruzó la puerta de entrada cargada con su máquina de escribir y tras hablar con el conserje puso rumbo hacia mi oficina, donde se encontró con un Cody M. Colt disfrutando de su tercer bourbon del día.

–¡¡Qué cojones…!! –grité y Laurissa dejó de teclear, interrumpiendo la ilusión.

–Deberá disculpar los posibles fallos pero he descrito el edificio de memoria.

–¡Qué demonios fue eso!

–El instante en que nos hemos conocido.

–Eso ya lo supongo. ¿Podemos ver más?

–Lo que quiera –me contestó con destellos en los ojos–. Deme información del lugar y momento que quiera ver y yo lo escribiré para usted.

–¿Qué información?

–Fotos, planos,… Recortes de prensa. ¡Cuanto más mejor! Hágalo y le prometo que será testigo privilegiado de cualquier delito, pudiéndolo resolver sin error alguno.

»¿Hay trato?

–Necesito despejarme. Luego preparas otra de esas… visiones y ya veremos.

Una hora después quedó establecida nuestra particular sociedad.

 

Los Ángeles. 21 de octubre de 1963

 

Ha pasado casi un año de mi primera visión y ya he perdido la cuenta de los casos resueltos. A veces me revuelvo contra la idea de ser un mero voyeur de la barbarie humana, con el tacatac de la Continental como banda sonora, pero luego regreso a la realidad y llevo al culpable ante la Justicia, llenando de paso nuestros bolsillos con varios cientos. Entretanto me he enamorado de Laurissa. Por ella he dejado la bebida.

 

Los Ángeles. 26 de octubre de 1963

 

–Laurissa. Quisiera preguntarte…

–¿A pesar de mi parte rusa?

–Me arriesgaré.

 

Dallas. 25 de noviembre de 1963

 

El viernes, de manera repentina, Laurissa me propuso un nuevo caso de asesinato. Nada más comenzar la visión noté que no era como las anteriores pues la imagen era lujosa en detalles, fruto de una investigación exhaustiva. Me encontraba en un almacén con cajas de libros apiladas por doquier. Grandes ventanales permitían la entrada de luz natural y desde uno de ellos, bien emboscado, un individuo realizó tres disparos hacia la calle. Me acerqué a fin de poder realizar la futura identificación y cuál no sería mi sorpresa cuando el hombre clavó sus fríos ojos en los míos, el aire cómplice, haciéndome entrega del arma para después esfumarse junto con el tecleo de la máquina de escribir. Quedé así atrapado en la escena del delito, en una ciudad entonces desconocida, de donde pude escapar gracias a la confusión reinante.

Laurissa me ha mentido de todas las formas posibles. Su amor fue fingido desde el principio y aunque lo negara se puede viajar en el tiempo con la Continental pues yo lo he hecho al momento en que asesinaban a Kennedy. Solo cinco minutos difieren entre mi realidad y esta otra.

Me hallo escondido a veinte kilómetros de Dallas, sin saber si me relacionan con el magnicidio. Lo que sí sé es que soy un buen detective. Encontraré a Laurissa y a su cómplice como me llamo Cody Magnus Colt, y después decidiré qué hacer con la jodida máquina mientras disfruto de un bourbon con hielo en el local de Rick.

 

B.A.: 2022


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