Me habían apagado el sol, los colores y hasta mi propio ser. Pero jamás, jamás me habían arrebatado la luna.
Entre melodías tristes me voy a la cama, mi ventana advierte sobre las luces de la ciudad, pero en el cielo, allá ya no brilla mi luna.
Una voz no se calla, y me dice que yo misma le quité el brillo; pero quiero pensar que, si esa luz latía por mí, jamás se habría apagado. Pero quién soy yo para hablar de las perspectivas ajenas, cuando siento la propia tan incomprendida y reprobable.
Me mantengo en vela, enciendo un poco de incienso para calmar mi ser y me preparo para una noche más sin ver mi luz de luna. Las estrellas siguen brillando, pero hay un hueco en el espacio como en mi ser. Recoger mis pedazos rotos es difícil a oscuras, no hay ni siquiera un destello para comenzar.
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