Me queda la palabra

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Aquella mañana de octubre de 2021 era como cualquier otra mañana de cualquier otro mes de cualquier otro año. Al menos, eso pensó Francisco al levantarse de la cama, como cualquier otro día.

 

Se puso las pantuflas, se dirigió al aseo y procedió con la misma rutina de todos los días.

 

Desayunó en la cocina al son de las primeras noticias de la mañana en la radio. Le parecieron las mismas de la noche anterior. Movió la cabeza negativamente: ¡Qué poco se lo curran estos periodistas! Además se oía mal, con frases entrecortadas. Pulsó el botón de mandar callar a la radio y siguió con sus pensamientos, estos sí que cambiaban a cada minuto.

 

Volvió a la habitación y removió a Maria que aún dormía. ¡Vamos que ya son las 9 de la mañana, camastrona!

 

"Eja me u oco más", escuchó que rezongaba Maria.

 

"Vale vale te dejo, ya sé que te acostaste muy tarde viendo la tele", pero suavemente subió la cortina para dejar pasar los primeros rayos de luz de la mañana. Los ocres del otoño se metían ya por la retina en un baile de tonos incontables.

 

En cambio, la valla publicitaria que coronaba el alto de la carretera no había cambiado de color en los últimos seis meses, a ver si la cambian pronto, pensó, ya me aburre ver siempre lo mismo.

 

¡Pero bueno! Hoy no pone lo mismo que ayer se corrigió “ebe ola a chis d ida”. ¡Vaya! Algún gracioso ha roto la vaya a girones. Bueno, a ver si así la cambian…

 

A las 9 y 10, la hora que Joaquinillo deja el periódico en la puerta, se dirigió hacia la entrada principal y abrió justo en el  momento en que el chiquillo decía “…días” y le lanzaba el diario habitual. Pues sí que lleva prisa hoy Joaquinillo, pensó.

 

Dejó el diario sobre la mesa del salón para dedicarle después un par de horas a la lectura sosegada de las noticias. Ayer no pudo leerlo, quería terminar a toda costa el interesante libro “El estado, en su justa medida” que había empezado solo dos días antes, pero que estaba muy pero que muy interesante.

 

Pero antes, saldría a la tienda de la esquina la de “El Lacio” a comprar pan y leche.

El Lacio, haciendo honor a su nombre, lo saludó lánguidamente y le espetó “e le ongo”,

Vaya, se dijo Francisco, este hombre cada día está peor. “Dos barras de pan y un brik de leche” respondió alto y claro, como para que el otro despertara de su languidez.

 

El Lacio dejó la mercancía en el mostrador, tomó las monedas de la mano de Francisco y, sin mediar palabra, volvió a su lugar de detrás del mostrador con cara de pánfilo. “Hasta mañana” dijo Francisco, “ñana” escuchó a sus espaldas.

Se disponía a cruzar la calle de vuelta a casa cuando vio salir a su vecino Paco del garaje, con su coche. Trotamundos le llamaba Paco cariñosamente a aquel coche que tenía kilómetros como para haber dado la vuelta varias veces al globo terráqueo, “buenos días Paco.”

 

“..días” le respondió este con gesto compungido, “¿días? ¿Por qué hoy todo el mundo se come los buenos?”, preguntó Francisco, “¿acaso no iban a ser buenos?

 

Paco, con cara de espía veterano, le hizo un gesto para que se acercara a la ventanilla de Trotamundos y con una voz muy muy baja y mirando alrededor le dijo:

 

“Esto te lo digo en negro, que no nos vean, ¿no te has enterado? ¿No leíste ayer el Boletín Oficial del Estado? ¿ni el periódico?”

 

“Noo” , contestó Francisco. “Estoy acabando un libro muy interesante y…”

“No puedo hablar más, ni siquiera en negro” y subiendo ahora la voz le dijo “ete asa y le iodico yer”.

 

Arrancó a gran velocidad dejando a Francisco entre confuso y cabreado.

 

Pero bueno ¿se han vuelto todos majareta? Y acelerando el paso entro en casa, dejó el pan y la leche sobre la mesa del salón y buscó el periódico del día anterior que aún no había tocado, allí estaba en primera plana, la noticia decía:

 

Fuentes oficiales del gobierno nos confirman que agotadas todos las fuentes de impuestos con que sangrar a los ciudadanos: luz, gas, combustibles, IBI, Iva ,IRPF, sucesiones, impuesto al co2,al juego  y un largo etc y no estando aún satisfechos, se instaura a partir de las 12 de esta noche un impuesto a las palabras.

 

Los ciudadanos quedan obligados a ahorrar en sus conversaciones cuantas palabras sean posibles para mantener el sentido de la frase. Todas las palabras ahorradas en sus conversaciones serán depositadas en el BPP (Banco Público de Palabras) creado al efecto, para que el gobierno las utilice donde y cuando quiera.

 

Los ciudadanos que no ahorren suficientes palabras a criterio del gobierno serán condenados a….bla bla bla..

 

¡Francisco, Francisco!, repetía la voz de mujer que sonaba como en sueños. Te lo dije, estás obsesionado con ese libro y te has quedado dormido con el periódico en la mano.

 

Maria tomó el brik de leche y las barras de pan, fue a la cocina y pulsó el botón de power de la radio. Al instante se escuchó la voz del locutor de moda, Santos Perrera, que saludaba a su oyentes:

 

Ñoras Ñores, días…


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