Un mundo nuevo

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      La escena era enternecedora: dos abuelos sesentones disfrutando de su nieto de pocos meses.

      Los tres se hallaban en el interior de un turismo, el cual permanecía detenido en una carretera de un barrio de clase media en la ciudad de Sevilla, delante de un semáforo en rojo.

      El abuelo, feo y bocudo, estaba feliz. Entusiasmado. Una sincera sonrisa se reflejaba en su rostro, la cual mostraba cada vez que miraba a su nieto. Iba en mangas de camisa (blanca con espaciadas rayas negras verticales), y encorbatado (la corbata burdeos), con las manos puestas en la parte superior del volante.

      La abuela, sentada en el asiento del copiloto, igualmente estaba feliz. Sus pintados ojos brillaban al contemplar la carita de su nieto (¿el primero?), enfundado en un mono rosa claro, al que sostenía en alto, todo lo alto que se puede alzar a un niño pequeño dadas las exiguas dimensiones del habitáculo del vehículo. La abuela lucía un elegante vestido fucsia y su bello rostro de rasgos regulares -nariz pequeña, fina y recta, labios que se estiraban en una bonita sonrisa, cutis luminoso- estaba enmarcado por un cabello rubio tintado, ni largo ni corto, cuyos volúmenes esculpidos y etéreos se sostenían a base de prolongadas rociadas de laca.

      Ella semejaba una ajada princesa de cuento de hadas y él la figura antropomorfizada del horrible sapo. Ambos regresaban de una celebración familiar.

      Obviando la negligencia de llevar a un niño de corta edad en la parte delantera del coche, los dos abuelos albergaban nuevas esperanzas e ilusiones. ¿Podrían construir un mundo nuevo teniendo como primera piedra al flamante miembro de la familia?

      El mundo volvía a empezar. ¿O no?

      Un joven había sido testigo de aquel instante de felicidad. Había empatizado con los actores de aquella escena digna de Frank Capra y decidió igualmente mejorar el mundo, empezando por lo que tenía más a mano: respetar los tiempos del semáforo (más de una vez, con anterioridad, no lo había hecho).

      Fue entonces cuando el abuelo dejó de contemplar a su nieto (su rostro se ensombreció), miró al frente y vio al referido joven delante, a cierta distancia. Advirtió que el joven estaba atravesando el paso de peatones, y cabizbajo empezó a palmear repetidamente el arco superior del volante con las dos manos, y a lanzar reproches, indignado. "¡No, no, no! ¡No puedes cruzar!", parecía exclamar tras el cristal del parabrisas. ¿Es esta la forma de empezar el nuevo mundo, incumpliendo las normas?, parecía reflexionar para su coleto.

      Entonces, su esposa, la bella abuela con el nieto en su regazo, mirando al frente con expresión concentrada, le espetó a su marido, refiriéndose al semáforo del peatón: "¡Está en verde!"


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