Todavía estaba en el hospital cuando la vi por primera vez. Mientras me lavaba la cara en el espejo apareció la figura de una mujer pálida y de ojos grises. La contemplé unos instantes y me volví. No había nadie. Debía tratarse de mi imaginación.
Cuando meses después me sentía recuperada, mi hijo insistió en ir a la ciudad costera donde residía su padre. Así lo hicimos. Al llegar, Ricardo nos esperaba en la estación. Cuando vi su rostro mi corazón empezó a latir con violencia teniendo que tomar apresuradamente la pastilla que para estas circunstancias el médico me había prescrito. No comprendí que me había pasado. Ricardo y yo habíamos acordado acabar con nuestro matrimonio hacia tres años y desde luego ya no le amaba. Dejé a mi hijo con su padre y me fui a una pensión.
A diario iba a buscar a mi hijo pero ese día tardaba y subí al piso. Me abrió Ricardo invitándome a pasar al interior. Me sorprendió ver lo ordenado que estaba todo. Reparé en una foto que descansaba sobre una mesita. En ella se veía a mi ex marido junto a una joven pálida y de ojos grises. Me pareció la misma joven que en el hospital vi reflejada en el espejo. Él, molesto, metió la foto en un cajón. De nuevo el corazón volvió a desbocarse. Una pastilla y algo de reposo me devolvieron el sosiego. Debía ser producto de mi imaginación… Salió entonces mi hijo y ambos salimos en dirección a la playa. Mientras dábamos un paseo, conseguí que me hablara de la muchacha de la foto. Se trataba de una persona de gran espíritu altruista. Había sido donante de sangre y de órganos y colaboraba en una ONG asiduamente. Cuando murió a manos de un desconocido, mi hijo sintió su muerte muy sinceramente.
Hacía una tarde muy agradable y decidí aceptar el paseo que propusieron Ricardo y mi hijo. Caminando llegamos hasta el acantilado. Dado mi reconocido pavor a las alturas, tomé de la mano al chico y ambos nos alejamos del precipicio. De pronto mi corazón comenzó a bombear con furia y acto seguido me desplomé. No sé si estaba consciente porque creí ver a la joven de la foto empujar a Ricardo hacia el acantilado hasta hacerlo caer. Al despertar en el hospital, mi hijo me contó que su padre se había arrojado al vacio muriendo al instante.
Hoy, transcurridos meses de aquella tarde y totalmente recuperada, creo haberlo comprendido al fin. Fui yo la receptora del corazón de la muchacha al morir ésta. De alguna manera, fue ese corazón el que, como en el relato de Poe, llegó a ser un «corazón delator» que ajustició al asesino de la joven pálida de ojos grises.
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