Remedios Burgos

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Remedios Burgos mira embelesada a su esposo, le encanta su porte viril, su concentración seria y abstraída, se sabe profundamente enamorada. Cuando ve entrar a su hijo pequeño Eduardo, pierde el compás y entra en otra, necesita incentivarle en el desayuno porque es parsimonioso. De seguido entra la procesión, detrás llega Lourdes, María, Ángel y por último Serena, es la mayor y sabe cómo gobernar a sus hermanos. Los recibe con ternura, le da los buenos días a cada uno con una caricia y sin más se dedica al pequeño, de los otros ya se ocupa la más responsable. 

Remedio es una mujer entregada en su casa, como lo fue su madre, de la que se acuerda en cada momento, utiliza muchos términos suyos, la imita como un ejemplo maravilloso. 

Camino del trabajo ya comienza a ser otra persona, le viene de forma automática, se le agolpan las exigencias pendientes del día anterior. La tranquilidad que le proporciona su hija Serena le permite trasladar ahora todas sus energías a la actividad empresarial. Heredó un negocio prospero actualmente en expansión creado por su padre, y lo lleva con su mismo ímpetu y entrega. Es activa, incansable, exigente, meticulosa e implacable con el error, por esto último es menos querida, es el ogro al que todos temen. 

Tiene una capacidad de transformación singular, en casa imita a mamá y en el trabajo a papá. Éste aún sigue en su viejo despacho desde el que lo tiene todo a la vista, pero ya para qué, desde hace tiempo lo dejó todo en sus manos. 

Al viejo Burgos le viene bien venir cada día, le mantiene activo y los clientes le saben al pie del cañón. Su hija le consulta cuando su opinión es importante y no le deja estar con pequeñas exigencias que engrasan sus esencias de empresario y le mantienen en actitud positiva. En ocasiones la hija le fuerza un poco más y le hace realizar determinados procesos que nadie conoce mejor y en los que nunca falla. También le hace concesiones, mostrándole resultados inesperados y dándole a conocer de primera mano nuevos contratos importantes. La comunicación entre ellos es fuente de inercia y les motiva por igual. 

Desde hace unos meses Remedio anda desconfiada de sí misma, coincide con la entrada de Alfonso, un hombre joven, apuesto y diligente, en el que tiene una ayuda incondicional porque es seguro y trabaja bien. Lo mejor, sin embargo, es su entrega y fidelidad. 

Percibe su admiración, le sabe resolutiva y capaz y se muestra dispuesto a cumplir sus órdenes con un acatamiento riguroso y eficaz. 

Acostumbrada a estar pendiente hasta el último detalle para evitar errores y malas interpretaciones, en su caso descansa en la confianza, su proceder es tan adecuado que lo da por bueno de antemano. 

Últimamente tiene sensaciones que le perturban, percibe en su forma de mirarla, de seguirla con la vista, que está pendiente de cada uno de sus gestos y lo entiende como algo más que admiración profesional y le desconcierta a la vez que le agrada. 

Con su esposo tiene una relación profunda y satisfactoria, el sexo para ambos es muy importante y sus encuentros amorosos son continuos, extensos y placenteros. Alcanzan la plenitud con juegos infinitos. Tienen una entrega sin límites y se conocen a la perfección, a sus rituales incorporan desinhibidos todas las fantasías posibles. 

Las atenciones y deferencias de Alfonso le calan porque ponen un punto de vanidad a su sentir femenino, le complace ser su centro de atención. Le inquieta, sin embargo, que no lo ve como un hombre más, también ella lo busca y se fija en su aspecto sano, viril, directo y guapo. Se regaña a sí misma cuando en determinadas posturas suyas su mirada observa con detenimiento el volumen de su entrepierna, llega incluso a azorarse por ello. 

En su interés se sorprende buscando a hurtadillas la ficha de Alfonso (está casado y tiene un hijo pequeño). No sabe bien por qué lo hizo y le extraña, es una sensación que le hace después irse intranquila y nerviosa. 

Él la busca a diario y está justificado porque necesita su opinión, siente complacencia a la vez de inquietud, no consigue pasar de él, su presencia es continua. 

Están desnudos frente al ventanal, su esposo la tiene sujeta por detrás y sus movimientos son lentos pero persistentes, le siente fuerte en su interior, se va posicionando para sentir su presión en el sitio exacto. Se echa hacia atrás un poco más, necesita algo más, entonces es incapaz de evitar pensar en Alfonso, se imagina al descubierto aquello que en el otro es más manifiesto. Persevera el roce continuo y se suma la sensación placentera y el deseo de dar cobijo a ese otro más grande y exigente. Al final grita con un punto de desgarro.

Desde hace unos días ambos están nerviosos, se intuyen deseos mutuos, perciben sensaciones en el otro que les perturba. Alfonso es consciente de la alarma constante de sus sentidos, sabe de su presencia antes de que aparezca y nada de ella le pasa desapercibido. Sus gestos, cambios en el timbre de voz o sonidos suyos casi imperceptibles le advierten de su estado emocional. Ahora todos ellos le ponen en alerta, la siente excitada por su presencia, los roces han cobrado de súbito una importancia distinta. Ella no se manifiesta abiertamente y él es incapaz de tomar la iniciativa. El deseo es ya instinto en estado puro, una mecha frágil y de fácil encendido. Reme (a secas) es la que hace un movimiento voluntario y le deja prisionero con su cuerpo. Ninguna palabra hubiera sido tan directa y contundente. Es un instante vital, la situación es propicia, están solos en el sitio adecuado y la conjunción se da, el paso lo da ella. Alfonso inspira profundo para romper las cadenas y sujeta con firmeza sus caderas. En ese instante ambos tiemblan de excitación. Reme es incapaz de darse la vuelta y enfrentarse a la situación, le deja hacer, es cuánto puede permitirse. En él existe precipitación, nervios y en ambos un deseo creciente, imposible ya de frenar. Ella se inclina hacia delante gime y con los dedos levanta suavemente su falda. Los sentidos se desbocan y en segundos bajan y caen prendas, ruge el deseo, se acoplan con desespero y ella siente como todas las fantasías acalladas adquieren con sus acometidas una intensidad mayor e imprevisible.

Cuando el esposo la ve entrar percibe su cambio de actitud, viene altiva, gloriosa, no se ha despojado al llegar a casa de su carácter empresario y vital, pero hay algo más, siente encogimiento en su bajo vientre, siente que ella está intensa, capaz de superar cualquier barrera y es consciente que no es por él.

Alfonso no concilia el sueño, las emociones le superan sin darle reposo, toma conciencia de su realidad, sabe que será Remedios la que establezca las condiciones, quien dirá cuándo y también será quien marcará los tiempos, pero lo asume con sentido práctico y realismo, no soñaba con alcanzar tanta dicha. La esposa se le acerca dormida y él la acoge con mimo y le brinda la confianza que entiende necesita. Es feliz y le esperan días…


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