EL ESPEJO 1

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Juan Domenech que era un hombre de mediana edad había heredado un bonito espejo ovalado de su familia que lo tenía en el vestíbulo de la casa de planta baja en la que vivía, la cual estaba ubicada en el centro de San Cugat del Vallés, que era una población de la provincia de Barcelona, del que se sentía muy orgulloso y en el que solía mirarse brevemente en el mismo poco antes de salir a la calle. Sin embargo, a su mujer Eulalia no le gustaba en absoluto aquel adorno por lo que casi siempre le advertía que cualquier día cogería aquel viejo "trasto" y lo llevaría a cualquier anticuario que le pagaría una buena canidad de dinero por él.

Lo cierto era que Eulalia que era una fémina tan alta y delgada como autoritaria despreciba las sencillas aficiones de su marido como por ejemplo era hacer alguna excursión a los lugares más bellos de su territorio; o ir a ver una buena obra de teatro cuando se presentaba la ocasión. Se diría que era un matrimonio desigual; o como si fuesen dos líenas paralelas que jamás llegarían a encontrarse. Esto se agravó cuando Juan se quedó sin trabajo en su empresa por una reducción de personal para reducir gastos, y asimismo se le terminó la prestación económica de la Seguridad Social. No obstante él no cesaba de hacer entrevistas a otras empresas para poder reemprender su vida laboral pero era tan aguda la crisis económica que asolaba a su país en aquel momento que todo intento para solventar aquella situación resultaba en vano; por otra parte también visitaba a una Asistente Social para que le facilitase cualquier trabajo por sencillo que fuera del Ayuntamiento; mas ésta le respondía con suma desfachatez que como ya trabajaba su mujer de funcionaria en el Gobierno Autonómico de su región, a diferencia de muchas otras personas que vivían casi en la pobreza, ya tenía sus primordiales necesidades cubiertas.

Juan se percataba que el hecho de que su mujer le anunciara constantemente que se desharía de aquel dichoso espejo, era una manera indirecta de rechazar su origen familiar; lo que para él tenía una significación muy especial. Y si se había casado con él no era porque lo quisiese realmente, sino que había sido para no ser menos que sus tres hermanos que ya estaban casados y con hijos, y ella andaba en camino de convertirse en el "patito feo" de su familia.

- Sí, sí... Has pertenecido a una familia de buena posisión social. Pero ahora no eres más que un pobre diablo que no tiene donde caerse muerto. Y si no fuera por mi, te ibas a morir de hambre, ¡de hambre! ¿Que me oyes? - le humillaba ella reiteradamente con sarcasmo.

- Si tanto me desprecias, lo mejor sería que nos divorciasemos. ¿No crees? - le sugirió Juan en una ocasión. 

Ella no respondió nada y al momento dejó de atosigarle; pues no quería perder su condición de mujer casada ante los demás. Anteponía la institución familiar a la convivencia personal. 

Mas una noche cuando subieron las empinadas escaleras de la casa que conducían al piso de arriba donde se hallaban las habitaciones para ir a dormir, a Juan se le cruzó por la cabeza una macabra idea. ¿Y si un día su mujer al bajar las escaleras resbalara como por un accidente doméstico en uno de sus escalones y cayera y muriera desnucada? Juan estaba más que harto de los reproches de su mujer. Si esto ocurriera  se vería libre de aquella miserable compañía; haría lo que le viniese en gana y no tendría que rendir cuentas a nadie.

Juan, llevado por aquella fatal idea compró en una tienda un líquido que hacía de barniz que era muy resbaladizo y cuando no estaba su mujer en casa, desparramó parte del líquido por los escalones de dicha escalera, así como se preocupó de dejar una imperceptible señal con tinta roja en los mismos para no accidentarse él.

Su plan dio el resultado esperado. Dos días después a primera hora de la mañana cuando Eulalia bajó las escaleras para ir a trabajar, resbaló y sin tiempo a cogerse en la barandilla cayó rodando como un fardo hasta abajo del todo golpeándose fuertemente en la nuca muriendo en el acto. Juan salió corriendo de su habitación, y como si él no tuviese nada que ver con aquel accidente, llamó por teléfono a Urgencias quienes le notificaron que ya no había nada qué hacer. Posteriormente llamó a los familiares de Eulalia y les dio la mala noticia.

Todo siguió su curso habitual como era en estos casos. Lo que Juan nunca se había llegado a imaginar fue que cuando una tarde éste salió de su casa para ir a dar un paseo por el pueblo y nuevamente se fijó en su querido espejo, viera en él la imagen de su mujer Eulalia que le lanzaba una mirada acusadora por lo sucedido. La visión duró apenas unos segundos pero fue el tiempo suficiente para que la imagen se grabara en su cerebro. "No, no puede ser... Ella ya no está aquí" - se dijo él sitiendo un escalfrío que se centraba en sus textículos-. 

                                                                     CONTINÚA

 

 

 

 


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