Buscando entre las cosas revueltas de su recién fallecido padre, en aquél piso ahora abandonado y que más que parecer el de un cincuentón separado como era él, más bien parecía el de un veinteañero, soltero y de beca Erasmus que se hacía espagueti para comer, merendar y cenar, encontró en un cajón medio comido por el polvo, un diario de apariencia casi nueva del que no tenía ni la menor idea de su existencia.
Era un diario de tapa descolorida por el tiempo y de aspecto entre rugoso y medio cuarteado, grueso y frío entre sus manos. Lo abrió esperando no encontrar nada en él, al menos nada escrito; si que esperaba encontrar esas cosas que se guardan entre hojas, notas, fotos o cosas así, pero sorprendentemente si estaba escrito.
En él halló lo que en principio parecía ser una especie de relato, ¿sería que su padre empezaba a escribir un libro?. Se sorprendió mucho, ya que su padre no era de libros, ni de leer, ni de mucho menos escribir, además de ser una persona que normalmente no acababa lo que empezaba, algo que probablemente también habría ocurrido con el diario.
Se sentó en la cama que su padre había dejado perfectamente hecha, y comenzó a leer con interés y sobre todo curiosidad aquél relato que había titulado Morena.
Morena, decía ser una muchacha joven, de tez casi pálida y cuerpo perfecto, de prominente pecho y redondo culo que destacaban bajo su ropa ajustada. La conoció en una fiesta que organizaba una pareja amiga de ambos que pretendía presumir de casa, en la que se habían cruzado y mirado varias veces, casi sin hablarse y en las que apenas se habían saludado, pero en las que no se fueron indiferentes.
Él salió al jardín a tomar el aire y liberarse de la carga del calor acumulado por el gentío, sus voces y la hipocresía de algunos que solo fueron a gorronear a la pareja de pedantes que se pavoneaban y jactaban de todo lo que hacían y tenían.
Ella, salió detrás a unos metros de él, se quedó a su lado con su vestido escotado y ajustado que hacía volar la imaginación de cualquiera, le dio una última calada a su cigarrillo y sin echar el humo, acercó sus labios a los de él, y casi besándole, se lo echó en la boca, haciendo arder su deseo de besarla. Y la besó.
La besó suave pero intensamente, como si se le escapara el tiempo de entre los labios y no lo quisiera dejar ir. Y ella, lejos de rechazar aquellos labios que sabían a whisky y su a su tabaco, le respondió con la misma intensidad y pasión, provocando el encuentro de su lengua con la de él. Ella le tomó de la mano y ambos se alejaron de la casa, dejando atrás a todos sus amigos, propios y extraños, borrachos e ignorantes de aquél encuentro.
Y se entregaron el uno al otro, casi arrancándose la ropa para devorarse mutuamente sus sexos erecto el de él y húmedo, muy húmedo el de ella, masturbándose mutuamente, entre calor, gemidos y pasión.
La penetró tanto que a ella se le escapó un gemido que bien pudiera haber oído cualquiera que merodeara por ahí, aunque ni cuenta se dio, absolutamente entregada en aquél baile sexual que mantenían los dos incesantemente, entre contoneos y caricias mutuas, buscando más el uno del otro llegando al éxtasis delirante, antes de quedarse lo dos tumbados y jadeantes en la hierba fresca sin decir palabra.
Cerró el diario secamente, entre el estupor y la excitación a la que le había llevado su imaginación en aquellas lineas de un episodio de su progenitor que nunca habría alcanzado a suponer en él. Se quedó sentado en la cama de aquél piso perdido en medio de la ciudad, con el diario a su lado, ajeno a todo lo que le rodeaba, pensando y dándole vueltas a todo,sin saber que hacer ni como actuar.
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