Hacía ya rato que había caído la noche sobre la ciudad, las luces de las farolas trataban de devolver la claridad del día a las calles, la niebla se empeñaba en impedirlo.
Por la acera derecha que lleva del rio hacia el centro camina una mujer, mayor por su aspecto, arrastra la pierna derecha, como si todo el peso de los años se hubiera concentrado en esa parte su cuerpo. Empuja un viejo carro de supermercado, dentro, se supone, lleva todo su mundo. lo cubre con una vieja manta que protege la intimidad de su escueto hogar a la vez que declara su miseria. Camina tan lentamente que pareciera que camina hacia atrás. A su lado un perro sigue sus pasos, se detiene se sienta en la acera y vuelve a seguirla al cabo de un rato. La mujer se para, tira de la manta y saca del carro una vieja silla, se sienta al borde de la acera, el perro se hecha a sus pies, ella lo acaricia, el perro lame su mano esquelética pero amiga.
Por la carretera no dejan de pasar automóviles, la mayoría ni la ve, otros miran y susurran, por la acera no pasa nadie a estas horas.
Vamos Tango, nos vamos a casa que empieza a hacer frio, el, perro se pone en pie a ella le cuesta más.
Recoge la vieja silla, tapa el carro con la manta y prosigue su lento caminar por Reyes Católicos , al llegar al cruce de Marques de Paradas gira a la izquierda hacia la estación. .
Un grupo de jóvenes vienen sentido contrario, cantan y juegan con un teléfono movil en la mano cada uno, ella también tuvo un movil cuando era directora de ventas ,que lejos queda ahora todo aquello, cuando los jóvenes llegan a su altura, ella se para a mirarlos ¿alguna vez yo fui así?, no lo recuerda.
Los jóvenes se apartan al pasar junto a ella, quizás tenga alguna enfermedad contagiosa, piensan. Pasan y ella sueña que van con ellos a esa fiesta de amigos, juerga. alcohol y quizás drogas .Se alejan y con ellos su improvisado sueño, Tango se pone en pie, anticipando la orden de su dueña. Continúan caminando hasta mitad de la calle . A la altura del numero 60 se detiene, mira alrededor, no hay nadie, la puerta del consultorio está cerrada. Mira los tres escalones que separan la puerta de entrada de la acera y una sonrisa feliz ilumina su cara, por fin en casa.
Tango a tu sitio, ordena con la voz potente de quien retoma sus posesiones, el perro obediente se sube hasta el tercer escalón y se echa.
La mujer quita la manta, saca un buen número de bolsas y cartones que extiende por los escalones, acomoda el carro en la parte más alta para que no moleste a los transeúntes, finalmente se arropa con la manta y suspira mientras en vox baja comenta, “en ningún sitio como en casa”.
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