Juré no enfrentarte el día en que cumplí los veintidós años, entre llanto y gemidos de dolor, con las uñas encarnándose en la piel de las palmas de mi mano, con mis codos apoyados sobre la mesada fría, ahogando mi voz para que mi familia no me escuchara puesto que ellos esperaban verme feliz por cumplir un año más de vida, un motivo para festejar. Pero cuando mi mamá se me acercó en silencio, pude ver su rostro de confusión. ¿Cómo haría para explicarle lo que ella estaba viendo?, me pregunté, ¿Qué excusa le digo o le cuento la verdad?. Me sentía muy avergonzada, porque con veintidós años recién cumplidos, ya estaba haciendo semejante escena. Imposible decirle que no quería cumplir más años sin que mi vida cambiara, harta de este ritual llamado fracaso y desilusión, inmersa en un mundo lleno de desconfianza y sin esperanza, porque, ¿Qué me aseguraba a mí, que algo iría a cambiar en lo que transcurriría un año más?. Nada, absoluamente nada.
Perdí la cuenta de las noches en las que te dediqué mis lloros, sentada en la mesa de madera del patio frío como Julio, con la brisa fresca como única compañera y mi mente llena de anhelos que nunca se cumplirán. ¿Por qué a mí? Me pregunté todas esas veces. ¿Cuándo voy a enamorar a alguien realmente, y yo tener el impulso necesario para amar?, ¿Cuánto falta para que eso suceda?, pero antes de los 23, porque después del día en que los cumpla, ya no habrán nuevos días, o una mente consciente ni tampoco un corazón palpitante, porque éste ya se habría rendido ante tantas derrotas. Por esto, es que juré no enfrentarte aquél día en que cumplí los veintidós. Sin embargo cada vez estás más cerca, imposible no sentirme presionada cuando el tiempo está en contra mía, él es un corredor profesional mientras que yo pierdo resistencia con facilidad en una pista de correr. Y efectivamente me va a ganar, cuando ese día llegue, y me tenga que enfrentar a vos. A mis 23 años.
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