historias del manicomio, segunda parte, cuatro.
Por cortorelatos
Enviado el 07/07/2022, clasificado en Amor / Románticos
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Quizá por determinación psicológica, el primer libro al que le di la vuelta y abrí las tapas, fue al regalo de despedida de la institución mental. El mundo paranoide se llamaba y me lo había dado la doctora, junto a un par de besos en sendas mejillas. Avezado, por propia experiencia, en el mundo de la psiquiatría, no me fue difícil entenderlo- al menos lo suficientemente como para no haberlo arrojado a la papelera tras el segundo o tercer párrafo de lectura.
Cómo hay individuos que sin entrar en las simas de la alienación llevan una vida de "sospecha"- venía a decir en resumen el mamotreto en sus primeras páginas. Tanto es así que se convirtió en costumbre mía tratar de inducir personalidades paranoicas por su sólo aspecto y visión en la calle. Animado por el texto, fui adquiriendo un vocabulario muy propio para simular ser entendido en la materia, al menos con profanos en la misma, y no había entrevista con cualquiera que me encontrara en la vida de la ciudad en la que no introdujera de rondón mis nuevos conocimientos sobre tan sesudo asunto.
Tal hecho y la mejora consiguiente de mi aspecto, tanto vestimental como físico en sí, hizo que me atreviera a decir, a los fines seductores principalmente, de que la susodicha en cuestión se hallaba ante un profesional de la psiquiatría. Había pasado, en cosa de cuatro o cinco meses, de enfermo mental- siempre de tapadillo- a un profesional en la materia.
Aquel tocho hizo que me entrara el gusanillo sobre los asuntos de la psique humana y en otros tres o cuatro meses a base de lecturas de libros que sacaba de la biblioteca pública me había hecho una composición de lugar bastante amplia sobre las patologías de la psique humana.
Y ,como consecuencia, llegué a la conclusión de que la principal división entre los seres humanos pasaba por la diferenciación entre el ser "psicótico" y el que no era. Que el primero necesitaba medicación, pero que tal hecho no constituía ninguna afrenta personal hacia sí mismo, tratándose, más bien, de un asunto paralelo al de cualquier hijo de vecino que para aplacar una migraña, por ejemplo, se toma una aspirina.
Lo que me confortó bastante, pues, al menos, aunque loco, era un loco informado y consciente sobre tan oscura materia. Un loco que lindaba la línea del intrusismo pero que como tenía tan poco éxito en general no pasaba, todo, de un intento loable de ligoteo que no se materializaba.
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