LUCERO DE LA NOCHE. TERCERA Y ÚLTIMA PARTE

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Al salir un poco conmovido, este hombre no pudo quitarse de la mente el rostro de aquel curandero que se revolcaba en el suelo y tomó su camino de regreso, pero con una gran duda. Sabía que sólo su emperador tenía manos prodigiosas en todo el reino y sólo él conocía el poder de las plantas con tanta precisión, era por eso que había ido en su búsqueda, con la esperanza de encontrarlo.

 La situación que había vivido nuestro emperador, lo llevó a tomar una decisión, contar toda la verdad a las mujeres. Estas quedaron muy sorprendidas con aquella revelación y en lugar de enojarse, dieron gracias por haber confiado en ellas. Así que se inclinaron e intentaron besar sus pies, como se acostumbraba con un gobernante, pero éste lo impidió. 

 

—Señor —desde ahora seré su esclava, ordéneme lo que a bien tenga, le serviré hasta el fin. —dijo su esposa.

—Levántate, mujer, eres mi esposa y como mi señora te he aceptado. No tienes que arrodillarte ante mí y no quiero una esclava, te quiero como lo que eres ahora. —dijo Lucero de la Noche.

 

Desde aquel momento, los cuidados fueron mayores y por nada del mundo, dejaban ver al emperador, pero con el tiempo esta situación se tornó poco llevadera. Los habitantes de la aldea comenzaron a despreciarlo y a dudar de la temible enfermedad.

 

Entre tanto, el extraño hombre que había pasado por aquel lugar días antes, recordó por fin la imagen de su señor y supo que la mirada que tanto lo inquietaba era la suya, así que decidió volver a la aldea en su búsqueda. Este hombre había sido siempre su servidor y más que eso, un amigo fiel del emperador, pero él no lo sabía.

 

        El servidor empacó sus maletas y sin decir nada a nadie, reinició su viaje. Tuvo que caminar mucho para llegar nuevamente a la aldea, pero cuán grande fue su sorpresa, al no encontrar ni rastros de su señor.

 

        Lucero de la Noche y su nueva familia habían salido huyendo una noche del desprecio de la gente que no creía en su enfermedad. Ellos no comprenderían jamás las razones de su actuación, pero no lo hacía por desprecio ni orgullo, sino por el temor de volver al reino.

 

        Las situaciones parecían empeorar cada vez más. Los tres viajeros comenzaron a enfermar y se vieron obligados a pedir posada, pero nadie se atrevía a socorrer a tres personas totalmente extrañas. La anciana se estaba debilitando y la joven mujer estaba muy triste de ver a su madre llena de dolor. Las fuerzas de Lucero de la noche eran pocas y su salud, tampoco le permitía hacer nada a favor de los suyos. Por su parte hubiera preparado algunas pócimas medicinales, de no ser por la desconfianza de los campesinos, quienes le negaban frutos y plantas.

 

        El viajero que venía siguiendo el rastro del emperador, logró alcanzarlos en medio de la noche, guiado por las palabras de los aldeanos. Aguardó con prudencia el momento para aparecer frente a ellos, esperó también a que tomaran un poco de agua del pozo y descansaran.

 

        El servidor del emperador tapó su cara, se acercó hasta la piedra donde estaban sentados y les ofreció un poco de pan, el cual recibieron muy agradecidos.

 

— ¿Quién eres tú y por qué nos ofreces pan? —preguntó el emperador. Supongo que no eres de este lugar porque aquí todos nos han despreciado. 

        —Soy yo, Sereno, su fiel y callado servidor. ¿No me reconoce? —dijo el hombre.

        

        Brisa miró a su esposo, la anciana se puso de pie y Lucero de la Noche, se acercó un poco más para mirarlo con su lámpara. Sereno se descubrió la cara y cuando vio de quién se trataba, el debilitado emperador lo abrazó y en medio de lágrimas se saludaron.

 

        El servidor le contó a la nueva familia las tristezas del reino y todo lo que estaba sucediendo. —Mi señor, ya no es lo mismo. Todos están muy tristes por su ausencia y claman por su regreso.

 

        —Volveremos, volveremos. —dijo Lucero de la Noche.

 

        Cuando ya estuvieron más tranquilos, el servidor entregó a su señor, algunas túnicas limpias y un poco de miel, pan y vino, para reanimarlos. Juntos hablaron del regreso. Aquella noche la pasaron tumbados en la hierba, esperando que aclarara el día.

 

        Cuando el sol desplegó sus rayos, los viajeros caminaron a paso largo y tras un corto camino, llegaron a una posada donde esperaban los cuatro caballos que Sereno había dejado listos para el regreso. Montaron los animales y pudieron llegar pronto al reino.

 

        El servidor se encargó de guardarlos en una casa, antes de contar lo sucedido. Fue entonces como el emperador se presentó después a la corte, se arrodilló y pidió perdón a su pueblo. Los habitantes lloraron y se inclinaron ante su señor y presentando disculpas por su comportamiento egoísta, le aplaudieron. El pueblo entero se postró ante la nueva esposa del emperador y su señora madre, con la que mostraron preferencias y cuidados. Aquella noche sonaron las trompetas, se abrieron las grandes puertas que rodeaban el lugar y hubo vino para todos.

 

        Desde entonces el reino renació, sus jardines tomaron nuevos colores y con el corazón amoroso, celebraron con juegos y cantos el regreso del joven gobernante.

 

(Cuenta la historia, que pasados unos años Brisa y Lucero de la Noche, tuvieron unos hermosos hijos que poblaron de caricias y belleza el restaurado reino).


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