Último reparto

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El calor en la calle era asfixiante. Llevaba toda la mañana repartiendo y sólo me quedaba un domicilio. 

Aparqué en doble fila y descargué esas putas cajas como pude. A veces pensaba que qué coño pintaba yo sirviendo la comida a esta gentuza. Pero de momento era el curro que tenía que soportar. 

Lo llevábamos en una especie de carretilla mecánica que subía sola los escalones. Por lo menos. Eso no teníamos que hacerlo a pulso.

En el edificio del último reparto había ascensor, así que cargué las cajas dentro y me relajé un poco, secándome el sudor. 

Llegué al domicilio y se abrió la puerta.

- Hola, buenos días - dijo la señora madura que allí vivía. 

- Puedes dejar las bolsas en la cocina, por favor -

Era una cincuentona con gafas y el pelo recogido. Llevaba puesto un camisón medio transparente y podía ver sus pechos y sus bragas perfectamente.

- Has tardado mucho, ¿no? Tus compañeros suelen venir antes - me dijo

- Señora, depende de cómo tengamos la ruta. Hoy me ha sido imposible venir antes - contesté

Mientras yo dejaba las bolsas en el suelo ella se agachaba y las arrastraba para otra zona de la cocina. 

Al hacerlo, podía ver sus piernas enteras, casí hasta su culo. A veces la vida te hace esos regalos.

- Muy bien. Debe de hacer mucho calor en la calle. ¿Quieres algo de beber? -

- No gracias, no se moleste -

Cuando volví a la furgoneta me di cuenta de que me había dejado la bolsa del congelado.

Cuando volví la señora ya se había dado cuenta.

- Lo siento mucho señora. Es que con las prisas no me había dado cuenta -

- Primero tardas más y luego esto. Habrá algún tipo de compensación, ¿No? -

- Yo ya he terminado por hoy. ¿Hay algo en lo que le pueda ayudar? ¿Colocar la compra quizás? -

- Eso me vendría muy bien -

Me quedé y le eché una mano a guardar la compra en el frigorífico y la despensa. Cuando terminamos me ofreció una cerveza. En esta ocasión acepté.

Me senté enfrente suyo en la mesa de la cocina y por debajo podía ver sus excelentes bragas.

- Oiga, si quiere puedo hacerle un último favor -

- ¿En qué estás pensando? -

- Si quiere puedo chuparle el coño -

- ¿Cómo has dicho? -

- Si, el coño. Tómeselo como un servicio más. Cómo un masaje o la peluquería. Usted se tumba tranquilamente. Se relaja. Y yo le cómo el coño ferozmente hasta que se corra -

- Tu eres un grosero. Pero qué te crees que soy, ¿una guarra? -

Mientras me decía todo eso se iba acercando al sofá del salón y se iba quitando el camisón.

- Serás pervertido. Voy a llamar a la policía -

Se iba bajando las bragas y se tumbó en el sofá con las piernas abiertas.

Me levanté y me lancé en plancha para chupar su coño hasta la saciedad. Estaba sudado y maloliente. Olía a sardinas podridas. Pero seguí chupando. Chupé y chupé. 

- Aaaaaaaaa. ¿El servicio incluye la inyección, doctor? - me dijo gimiendo como una perra

Después de chupar su coño y su ano sudado un rato más y se corriera varias veces, me bajé los calzoncillos, le di la vuelta y le metí la polla por el culo, cosa que estaba deseando. 

Le folle el ojo de las mil arrugas una y otra vez, pero me quería correr en su coño apestoso.

Le di la vuelta y con la polla llena de mierda mezclada con sudor la penetré en su coño fuertemente hasta que me corrí dentro.

¡Aaaaaaaaaaaaaa, siiiiiiiiiiiiiiiiii! Guau. ¡No me esperaba para nada este reparto!

Le pasé la mano por el coño y la sustancia blanquecina marrón que sustraje se la restregué por la boca para que se callara de una puta vez.

No me dio propina.


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