Era mi primer caso como abogado y ansiaba ganarlo. No se trataba de un trabajo fácil, la víctima era la esposa de un conocido político y el encausado un pobre desgraciado sobre el que recaía toda sospecha.
Ambos se habían conocido en un acto del partido e intimaron rápidamente. Ella, de bonita figura y algo exagerada con el maquillaje, él, rozando la cincuentena, calvo y con poco encanto personal.
La noche de autos, los vecinos alertaron a la policía después de oír unos gritos procedentes de un piso propiedad del político donde ambos solían reunirse. Al entrar, los agentes encontraron a la mujer tendida en medio de un charco de sangre. En su costado una herida muy profunda que seguramente habría sido la causa de su muerte. El arma del delito no se halló y nadie reconoció la voz varonil que se había escuchado discutir con la asesinada, pero todo apuntaba a su amante como el autor del crimen.
Fue un juicio en el que tuve que emplearme a fondo pero al fin conseguí la absolución de mi defendido. Todos le creían culpable, todos lo condenaban, todos… menos yo. Sabía que él era otro incauto más de los que habían caído en los brazos de esa diabólica mujer. Ella no merecía vivir. No tuve más remedio que hundir en su cuerpo aquel abrecartas que estaba sobre la mesa y que todavía conservo.
El mundo estaría mejor sin ella.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales