Me había hecho muy amigo de él, nos conocemos bastante tiempo y cuándo coincidíamos en interminables charlas; me dejaba asombrado al hablarme de ella. —irrumpía diciendo: siento una fascinación irresistible a su aterradora belleza. Ella, era amante de la música flamenca, coleccionaba calaveras y le encantaban las golondrinas... Él tenía la costumbre de escribirle a aquella chica, desde que en un revés del destino, cruzaron sus vidas un día jueves de Julio y me confesó que le iba a escribir hasta dónde le alcanzara la vida.
Fue un romance de casi un año y en ese tiempo se enamoró perdidamente de la extraña belleza de aquella chica, —qué tontería—incluso aún recordaba su color favorito.
Daba la impresión de estar aturdido con el recuerdo confuso de aquella muchacha o dormido, porque de un segundo a otro él quedaba sumergido en horribles silencios. Se suponía que ya no estaba abrazado a la muerte caótica del amor, por lo que sé. Pero, cuándo a mitad de cualquier conversación mencionaba el canto del nombre de ella, numerosas casualidades me venían a la mente y creo que al verlo así de aturdido: en sus silencios, me parecía que desde el otro lado del trance él se sentía feliz...
Yo llegué a conocerlo muy bien. Tenía esa mirada añeja, con gustos del siglo pasado, —que con cierta experiencia, podía escudriñar verdades: que mudamente vaciaba en conversaciones y siempre quería tener la razón.
La última vez que lo vi, me dijo que seguía escribiéndole a aquella chica,—le enviaba inesperadamente, algo de poesía para llenarle el corazón de esperanza "que él creía que aún lo tenía furtivo" y pensamientos en recuerdos sesgados; poniendo un poco de orden, al resplandor de sus sueños. Pero me decía que habían veces, qué con mucha incertidumbre, no sabía a ciencia cierta que sí lo que le escribía,—a ella, — le iba a gustar. Yo lo interrogada interrumpiéndolo con argumentos bobos, sin entender los motivos certeros de su amor imposible y le replicaba que esas cosas, no le hacían bien. Porque, ya nadie en estos tiempos escribía al corazón de alguien! pero a él, solamente le bastaba saber que ella, leería en secreto lo que a diario le escribía....
Con el tiempo, resolví tomar una postura callada y escuchar atentamente lo que él tenía que decir.
... Y empezó a recordarla despacito me dijo. Sé que él deambulaba en imposibles pretextos, desordenados todos: que muchas veces le parecían injustos. Llegando incluso a la tragedia o a la muerte: para llamar la atención desatendida de ella y temblaba al decirlo.
Ciertas veces, él empezaba a recordarla con la arrogancia de siempre, ahí escondido; quedando mudo deprisa, con interminables pausas que brutalmente seguían recordándola, eso me dijo...
El paraíso sin límites que él se imaginaba, acomodaba quizá la voz de ella llamándolo en sueños: en imperceptibles pláticas que a solas en la noche se inventaba.
Y en tanto, las adicciones se le ahogaban: la palabra se le congelaba, a la luz de un sumiso silencio...
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