Ese ajeno gusto por las noches

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Enviado el , clasificado en Poesía
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Se parecía a la noche desorientada o al esplendor extrañísimo de una alegría catastrófica y cuando lo decía, su sonrisa me invitaba; como para hablarle en poesía…

Ella, era igual o similar a la noche, teniendo hambre de alcanzar algún farolito del cielo nocturno, y a simple vista parecía que lo conseguía; haría hasta lo imposible por atrapar las constelaciones me dijo varias noches, creo que más de alguna vez la sorprendí coleccionando estrellas, guardándolas ferozmente en su retina que se volvía bellamente transparente cuando yo la miraba de reojo... Así yo la veía, cómo una cazadora furtiva de soles lejanos o quizá la domadora verde de la casa de Libra, porque de allí ella provenía... Así fue que un día la dibujé, —cómo la recordaba, vestida de noche con los ojos chascones y el cabello llorando, infinitamente hermosa; adiestrando la mirada mía, cómo lo hacía con las estrellas..., una de esas noches, ella atrapó una estrella: quise detenerla, pero ya era tarde y la odié por eso... 

... Ella, sin saberlo se empeñaba deliberadamente en ocupar la totalidad de mis pensamientos ¡con su salvaje ímpetu de traspasar el infinito! Y ya no está aquí, ella se fue con el suave rincón de mis sueños ¿Acaso, intencionalmente o de adrede, ella deseaba conseguir que mi locura tenga este ajeno gusto a las noches?

 

Desde esa noche, kilómetros de pensamientos vuelan hacia ella poéticamente, haciéndome mal y enfermándome, regañándome de ida y vuelta y sin parar con esquivas bofetadas, — sacándome bruscamente la sinrazón a la cuál me aferro torpemente; y hondos pensamientos también me hablan, apuntándome con sus certeros dardos, gritándole silenciosamente a ésta estupidez mía para que calme este descontrol, para que ya pare—para que mi porfiada obsesión en culparla de aquello que no tiene responsabilidad alguna termine.

Pero ella sigue estando ahí, valiendo la pena pensarla y no puedo apartarla de mi universo…

Tiempo después la veía pasar por las caricias transparentes que hacían mis manos vacías, sentía su fragancia como un huracán sensible, ahí; al temeroso ritmo del recuerdo… Y así pasaron muchos tiempos de muda espera y aquella muchacha ya había olvidado mis poemas, que con tanta suerte corrían diariamente por sus sueños y los míos. Que con rara fecha se guardaban en el baúl de la nada; que en momentos grandiosos le arrancaban las sonrisas, en aquellas noches de cacerías estelares.

 

 

 

 

 


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