Los Valles de Ladakh - Valle de Nubra - Parte 2
Por Luis R.
Enviado el 29/07/2022, clasificado en Varios / otros
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El monasterio
El lama cerró los ojos sin dejar de mover el "mala" que circulaba entre sus dedos. A cada bolita que atraía con su pulgar, se sucedía un murmullo que salía de lo más hondo de su conciencia. Parecía dormirse, pero no era más que el ritmo oscilante de su cabeza y su cuerpo, moviéndose lentamente hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás... Yo estaba a su lado delante de la puerta del dormitorio. Pero mi presencia parecía no existir para el lama.
Faltaba poco para que el sol se escondiera detrás de las montañas, y mientras tanto, los dos disfrutábamos de los cálidos rayos del atardecer. La hora mágica del crepúsculo envolvía una vez más el monasterio de Diskit.
- Lama ¿Cuándo viene Maitreya?- pregunté.
No hubo respuesta. El lama seguía balanceando su cuerpo y susurrando: "Om mani padme hum...". En aquel instante no supe que hacer, quizá era el momento de irme y dejar que aquel anciano vagara por las regiones interiores de su ser.
Subo cuesta arriba entre los pasadizos del antiguo complejo, a través de angostas callejuelas formadas por casas y templos, pequeños shortens y columnas formando claustros. Los monjes se retiran y las sombras devoran poco a poco este lugar de apariencia árida y sin embargo fértil en historia y leyenda; de apariencia dormida por su quietud y sin embargo en constante vigilia como modo de vida de sus moradores...
¿Y el silencio?
El silencio es como un zumbido interior, solo perturbado por mis lentas pisadas que se arrastran sobre la tierra seca y endurecida.
¿Cuántas veces han pasado los lamas y monjes por estas callejuelas?
¿Qué historia muda guardan estas paredes de adobe, tantas veces caídas como levantadas?
Deambulé por aquel laberinto rodeado de agrestes montañas que parecían tragarse sus valles; oí el lamento del viento, inesperado y sigiloso; ví siluetas que se deslizaban de esquina en esquina, silenciosas y volátiles, dejando un rastro de perfume parecido al "musk", el preferido de los dioses.
- ¿Dónde estoy? - me pregunto. Mirara para donde mirara solo veía pasado, objetos antiguos mezclados con imágenes de dioses y demonios, formando un caos solo comprensible para quién colocó aquí y allá los símbolos de adoración. El dios de la Noche se hace sentir cuando las sombras se ponen en movimiento. Figuras evanescentes que cobran vida en la imaginación, pero que desaparecen con un frío pensamiento, danzan a la par de mi sugestión.
¿Será mi mente o espectros de la mente de otro?
Un escalofrío recorre mi cuerpo, no es miedo, no es temor..., es más bien la sensación de convivir entre estos muros gastados, con el mundo espiritual de los lamas a través de cientos de años.
Un shorten se eleva a mi derecha coronado con banderas de oraciones y rodeado de "manis", piedras grabadas pletóricas de energía y rebosantes de esa plegaria que a través de los años ha sido proyectada en ellas.
Las generaciones han ido pasando y el transcurrir de las cosas ha adquirido un ritmo tan lento, que parece anclar a estas gentes en otra magnitud temporal de sus vidas. El efecto maravilloso de trascender el tiempo, solo es posible en lugares como el Himalaya.
Bajo Nubra
Dejamos Panamik y nos dirigimos hacia el Bajo Nubra. Volvemos a cruzar el río Shyok y atravesamos un pequeño desierto de arenas blancas, donde a lo lejos puede verse un rebaño de camellos bactrianos originarios de Kazajistán.
Seguimos la ruta y después de unas horas llegamos a Hundar, antigua capital del reino de Nubra, ahora en ruinas.
La población de la villa se extiende a lo largo de granjas que limitan unas con otras en dirección al río Shyok. En el ambiente flota un olor a cebada molida, elemento básico en la dieta de todo tibetano. Se mezcla con té y mantequilla y recibe el nombre de tsampa, también a base del mismo cereal fermentado se obtiene el chang, cerveza de baja graduación y mezclando la cebada con leche de almendras, se consigue una masa especialmente nutritiva.
Regresamos a Diskit al atardecer y nos instalamos en una Guest House de nombre Sand Dune, muy cerca del monasterio que recibe el mismo nombre que la villa, enclavado en un acantilado desde el que se domina todo el valle que forma el río Shyok.
Aquella noche nos despedimos de Nubra y entre trago y trago de chang, sentimos que a través del tiempo recordariamos aquellos momentos.
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