EL CASCAMATAS

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Mi amiga Lucy y yo, nos disponíamos a pasar el día en una de esas calitas solitarias, que existen a lo largo y ancho de la costa mediterránea, lugar donde pasamos todos los veranos.

Preparamos nuestro picnic particular y partimos hacia allí.

Caminamos un par de horas, echando vistazo a todas las calas por donde íbamos pasando, pero estaban todas ocupadas. Cuando estábamos a punto de rendirnos y bajar a una, en la cual había gente, pero ya nos daba igual, mi amiga me da un codazo y señala con el dedo emocionada hacia abajo del acantilado.

-¡Mira!.¡Ahí abajo no hay ni Dios!

-¡Ja,ja,ja!.¡Al fín!.Estaba harta de tanto andar.

Contesté tan llena de júbilo como ella.

Después de descender por el abrupto sendero que nos condujo a la playita desierta, comenzamos a montar nuestro chiringuito. Extendimos las esterillas, hinchamos los colchones,,clavamos la sombrilla en un rincón a prueba de vientos playeros. Nos metimos en el mar con los colchones y así estuvimos un buen rato. Salimos y nos tumbamos al sol.

Mi amiga se echó en el cuerpo spray solar, pero yo llevaba crema de untar y tuve que pedirle ayuda para que me la esparciera por la espalda. Me encontraba tan relajada sobre la arena que, entre la mezcla del baño refrescante que acababa de darme, mi cuerpo desnudo, cubierto de sal, recostado sobre la arena, hizo que al pasar mi amiga sus manos cubiertas de perfumada crema solar por mi espalda, la libido me subiera como si fuera fiebre.

Cada verano ocurría lo mismo. Ese día, nos dábamos el homenaje del año.Después, todo volvía a la normalidad.

Una vez más, se percató de la magia que estaban haciendo sus manos en mi piel.

Comenzó su labor en la espalda, y fue bajando lentamente hasta dar en mis nalgas, que ardían por el sol y las ganas de ser amasadas por sus manos de oro.

Después de trabajar un buen rato en esa zona, se dirigió hacia mis partes íntimas, que yacían semicubiertas por la arena.

-¡Vaya!.Veo que el masaje te ha puesto muy húmeda, y no digas que es por el agua de mar, pues tus partes están hirviendo.

Yo sonreí y abrí las piernas, para que sus manos me pudieran masajear con soltura.

Fue mientras sus dedos jugaban con mi clítoris, cuando noté una presencia entre los matorrales que había tras las rocas.

Lejos de preocuparme lo más mínimo o cortar lo que estaba empezando, me puse aún más cachonda. Me excitaba la idea de follar ante una presencia misteriosa, que al mismo tiempo, se estaría beneficiando de vernos follar como descosidas.

Cuando ya no podía más, le grité que me metiera tres dedos, y ella obedeció sin dudar. Empecé a jadear como una poses ,mientras imaginaba el ardiente homenaje que se estaría pegando el hombre oculto entre las matas. Seguro que en ese momento, estaba agachado, observando, mientras con sus manos probablemente estaría empuñando su polla como si fuera un sable.

-¡Eh!.¡Colabora un poco!

Soltó mi amiga, mientras yo permanecía con la boca abierta de placer, tragando arena.

Me dí la vuelta y nos encontramos frente a frente desnudas. Tenía sus pezones tan duros, que sólo con verlos, pensé que iban a estallar, y perdí mi boca en ellos. Primero mordisqueé uno, y luego chupé el otro.

Y ,como sucedía cada año, abrí mi mochila muy sonriente y saqué dos preciosos dildos. Uno rosa chiche y otro negro. Uno para cada una de nosotras. Ella empuñó el rosa en mi interior vibrando como nunca antes lo había hecho. Yo le metí el negro hasta el fondo, y ella se sacudía del placer que sentía de estar haciéndoselo conmigo. Su rostro se desencajó para alcanzar un clímax bestial. Nos corrimos casi a la vez y yacímos desnudas en la orilla el resto de la tarde.

Sobre las siete nos pusimos en marcha. Recogimos los artilugios, plegamos la sombrilla y guardamos todos los bártulos.

Me acerqué hasta las matas donde se habían dado el homenaje en nuestro honor, pero no encontré nada. Sólo una servilleta pegajosa en el suelo y...algo brillante que colgaba de una rama.

-¡Oh...!

Exclamé cuando vi que se trataba de una cadena de oro con una preciosa medalla.

No se lo mostré a mi amiga, decidí guardarlo como recuerdo por aquel inolvidable día. Tampoco le conté que nos habían estado observando.

Llegamos a casa y nos despedimos, sabiendo que no volveríamos a follarnos hasta el próximo verano.

Yo volvía a mi hogar con mi marido y ella, lo mismo.

Mientras me duchaba sonó el teléfono y oí como mi marido lo cogía y hablaba.

Cuando salí de la ducha, me dirigí al salón.

-¿Quién llamó?

Le pregunté mientras me envolvía el pelo en una toalla.

-El marido de Lucy. Preguntaba, como ayer vinieron a cenar, si había encontrado una cadena con su medalla favorita. No sabía si la había perdido aquí o mientras hacía footing esta mañana.

-¡Oh...!


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