La reportera sin ética

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        Silvia había nacido para ser reportera. Desde su infancia le había interesado lo que pasaba a su alrededor. Tenía el don de la palabra, el atrevimiento y cierto grado de ética.

Pero lo de la ética pasó a formar parte del reino del olvido.

El mundo pedía noticias, sucesos, morbo.

      Aquel martes salió en busca de la noticia, con un sufrido cámara atento a sus órdenes. Cada vez se metía en sitios más oscuros, callejuelas dónde se podía encontrar la peor cara de la ciudad.

       Hacía un par de semanas había descubierto a una joven universitaria sollozando. Estaba sucia. Sacó el móvil para llamar a la policía pero, pensándoselo mejor, lo volvió a guardar y se acercó a la chica. Tenía que saber que le había ocurrido, ser la primera.

- ¿Ha llamado a la policía? - dijo la chica.

- Sí. - mintió la reportera.

- Están de camino, pero dime, ¿cómo te llamas?, ¿qué te pasó?

      Ante la insistencia la víctima habló. La habían retenido contra su fuerza, le habían dado una paliza y la habían torturado.

     Silvia se dispuso a llamar por segunda vez pero una marca en el omoplato de la joven la hizo desistir de nuevo. Ahí había historia y estaba muy cerca de obtener una primicia.

Pensó en el dinero, la fama. 

    Insistió y la chica, incapaz de valorar la incongruencia de todo aquello, le dio más datos. Le habían pegado en la espalda y en las nalgas con un cable. Había humo y olía a sudor. Uno de los criminales había orinado en su cara y otros dos, que fumaban,  habían apagado sus  cigarrillos en el cuerpo de la joven.

La reportera tomó algunas fotos y por fin, llamó a la policía. 

Tenía su historia.

       Hubo preguntas y la publicación de las instantaneas levantó cierta controversia. Silvia pensó en el caso y su conciencia le recordó que había obrado sin ética. Sin embargo, se convenció a si misma de que merecía la fama, después de todo nadie le había regalado nada. 

Un chillido la sobresaltó. 

- Mejor llamamos a la policía. - comentó el cámara.

- No seas estúpido. - replicó la reportera.

- Es... es peligroso. 

Silvia miró a su acompañante con desprecio.

- Vuelve al coche, no sirves para nada. Ya me las apañaré yo con la cámara del móvil. 

El chico se quedó allí parado. Genuinamente preocupado por la integridad de su jefa.

Un nuevo chillido.

Silvia, cegada por la avaricia, caminó hacia el edificio.

Alguien le golpeó en la cabeza.

****************

Despertó en una habitación vacía amordazada, atada de pies y manos.

Silencio.

Luego la puerta se abrió chirriando.

Los ojos de Silvia, inquietos, se llenaron de miedo.

Gritó, pero la mordaza apagó el grito.

El dolor se hizo insoportable.

Luego el descanso, la nada.


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