Verano de 1997
Estamos en Nueva Delhi con la intención de salir cuanto antes en dirección al Valle de Kulú, en las estribaciones del Himalaya. Tomamos un rickshaw y vamos a la Central Bus Station, ya que allí podremos negociar el precio de un taxi. Conseguimos por fin un buen precio y quedamos a las seis de la mañana del día siguiente en la puerta del hotel.
Llegan dos indios en un taxi
Ambassador negro y salimos hacia el norte sin más preámbulo. La mañana transcurre sosegada y tranquila mientras vamos atravesando las llanuras calurosas por donde se extienden los campos de arroz. El olor es aromático, exquisito, se nota que es "basmati".
Llegada la media tarde y ya por las montañas, la carretera se vuelve más sinuosa y las lluvias monzónicas no dejan de arrollar. En un determinado cruce el conductor se queda dubitativo y no sabe para donde tirar. Me pregunta que pone en el cartel. Está escrito en hindi y un número en kilómetros.
Yo ni idea.
El conductor se queda en blanco y su compañero le recrimina algo. No entendemos nada. Yo pienso que no saben leer, y si es así ¿como es que tienen la licencia de conducir?
Seguimos la marcha y a los pocos kilómetros estamos de nuevo en el mismo cruce. Llueve y es de noche. Paramos nuevamente y el conductor y el co-piloto discuten. No saben que ruta tomar, así que el co-piloto baja del coche y le pide al otro que le deje conducir a él. Se cambian los roles y al momento salimos disparados carretera abajo en dirección a la primera curva. El indio sigue recto y entramos en el campo a toda velocidad hasta que chocamos contra una pocilga de cerdos arrollando a todos sus habitantes. El hedor penetró en el taxi que quedó cubierto de toda la mugre que había allí.
El jaleo fue espantoso. Los cerdos salían corriendo y gruñendo en todas direcciones. Al poco se presenta el dueño de la propiedad gritando con un palo en la mano. Pero cuando vio el percal no supo que hacer. Entre todos los indios que acudieron la cosa se empezó a arreglar, pero pedían cinco mil rupias por el destrozo de la pocilga y tres mil más para sacar el taxi de allí con un par de búfalos.
Los de Delhi no tenían ni una rupia, así que pagamos nosotros y luego ya haríamos cuentas. Cuando estuvimos de nuevo en la carretera impuse mis normas y les dije al par de prendas que a partir de ahora viajarían atrás.
- Yo conduzco - dije
Salimos de allí cuando amanecía, así que un poco más adelante paramos en un Dhaba, de esos que están abiertos las 24 horas. Pedimos un desayuno y entramos en un cierto relax.
En ese momento se acercó un shadú (hombre santo) y me dijo algo. Pregunté que había dicho y los indios dijeron que:
- "lengua sagrada", pero muy buen augurio -
El shadú me miraba fijamente, como esperando una respuesta, así que dije "ok", entonces el hombre santo se sentó y pidió el desayuno.
Empezó a comer y nos hizo señas de que esperásemos, los indios dijeron que era para la bendición. Así que nos quedamos mirando como se jalaba el desayuno en un tiempo récord. Cuando acabó se levantó y salió. Nos miramos entre todos sin comprender nada e hicimos lo mismo después de pagar.
Ya en el taxi nos lo encontramos esperando con una gran sonrisa. Habló con los indios y les dijo que iba a Kulú, y que el espíritu le había dicho que iría con dos extranjeros y dos indios en un coche negro.
Bueno, pensamos, el coche es grande. Que vayan los tres detrás. Subimos todos al taxi y salimos con las luces del amanecer en dirección a Kulú.
No había pasado ni una hora y vi por el retrovisor como el shadú se estaba fumando un chilum de hachís. El humo empezó a invadirlo todo y perdí casi toda la visibilidad de la carretera. Las ventanillas no funcionaban, solo un poco la del conductor, ya que se habían quedado obstruidas en la pocilga del accidente. A saber de qué estaban atascadas.
Tuve que parar y esperar a que finalizará su ritual de fumeteo mezclado con oraciones, mantras y mudras. Mientras tanto los indios dormían cada uno a su lado envueltos en una humareda de la que no se habían dado cuenta. Seguimos la marcha y después de dos paradas más para dejar salir el humo, llegamos al Valle de Kulú y nos instalamos en el Castillo de Nagar. Eso sí, gracias al espíritu del shadú que nos guió sin problema hasta nuestro destino.
Lo que aconteció después, forma parte de otra historia.
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