A veces hablo con el viento, a veces se vuelve un amigo.
A veces le mando recados, le pido que lleve mensajes que nunca sé si llegarán. Otras es él quien me los trae, y se convierte en el susurro lejano de una amante, que acaricia mi piel, juega con mi pelo y se enreda en mi falda.
A veces el viento es el único que escucha mi llanto, y a veces lo oigo aullar a lo lejos, y entonces me siento para hacerle compañía, e intentar consolarlo. Es lo menos que podría hacer.
A veces me saluda, juguetón, no como amante ni amigo, solo viento, en ráfagas alocadas, mientras que otras me envuelve en una dócil brisa nocturna. Muchas noches incluso charlamos, él, yo y la luna, y quizás algo de locura se desata en mi, pero qué importa, cuando ninguno de los tres está cuerdo.
Y a veces, cuando la luna se esconde, el viento entra a raudales por mi ventana, acariciando mi cuerpo desnudo, y lo saludo con un suspiro, aún medio dormida. Hay noches que cierro la ventana, para que no despierte al cuerpo acurrucado junto al mío, pero creo que él lo entiende.
A veces el viento no parece una buena compañía, pero su murmullo ahoga mis pensamientos, su roce alivia mi soledad, y se sienta a mi lado. Y a veces, eso es todo lo que se necesita de un amigo.
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