Alcé la mirada hacia lo divino, la enorme iglesia así me acogió...
Cada pintura, talla, piedra puestas tan adecuadamente,
que su arquitectura termina imponiéndose sobre lo humano...
Quise formar parte del torneado de aquel retablo
rizándonos sobre su propio arte varias veces sin dejar paso a la debilidad,
venciendo en una lucha encarnizada a la simpleza...
Su cúpula interior me empujó a lo más alto
olvidándo el roce de mis pies con el suelo.
Su historia al hablarme se contradecía nítidamente
en cada esplendoroso rincón.
En ningún momento dejé de oler a esa cera quemada
que penetra en los muros, disminuyendo así el ambiente a húmedo
que la falta de luz provoca en las entrañas de los templos.
Mis pasos se tornaban tan lentos...
que se detuvieron al resonar las campanas,
abriendo paso al susurro del rezo evocador...
ensoñando con tiempos remotos en los que las risas,
la hilaridad de sus bendecidas gentes,
estaban revestidas, lamentablemente, con sombras de miseria y decadencia,
arrastrándonos a todos con un campanear...
a la enfermedad del pecado...
Todo; torneado con el más divino arte desgarrador.
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