RUINA

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Enviado el , clasificado en Ciencia ficción
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Los aullidos de los perros eran silenciados con la velocidad del felino. Parecía que alguien, con su mano siniestra, apagara el eco de su vida de forma instantánea.

<El mal se fue abriendo paso, poco a poco, como lo hace el sarro entre los dientes. Y este es el resultado…>>, dijo mi madre, recargando su frente en la pared, agitando su pierna ansiosamente. Nosotros permanecíamos alrededor de la mesita de centro, esperando que la luz en el mundo se hiciera nuevamente.

Recuerdo la cara de mis hermanos, y los escasos vecinitos que alcanzaron a refugiarse cuando empezó todo. Escuchábamos las garras, los aleteos, el rugir, el grito, e imaginábamos todo lo que sucedía afuera. Recuerdo a Sabas, el tendero, maldiciendo porque la pistola no se disparaba. Luego, debió darse cuenta de que nosotros seguíamos con vida, porque llamaba a la puerta con mucha desesperación. <<Mátenme, mátenme, por favor. Ni siquiera puedo terminar conmigo mismo>>, gritaba. Mi madre negó con la cabeza, <<tal vez ya no es Sabas>>, sentenció.

Así pasaron las primeras horas. Más tarde, cuando la oscuridad se hizo nebulosa y las lamparitas no iluminaban más allá de la nariz, alguien sugirió que debíamos racionar la escasa despensa de la alacena, por si se extendía la ruina del mundo. <<Solo serán tres días, y después de eso no sabemos si seguiremos siendo>, dije yo, jugando al profeta.

Luego dormí, no recuerdo cuanto, pero al despertar todos me miraban. Mamá, especialmente, con sus ojos atentos… La luz lastimó mis ojos. El sol brillaba nuevamente.

¿Qué pasó?

<<Nada, aquellas cosas entraron en la madrugada del primer día, con sus cornamentas inmensas y sus colas enrolladas, pero cuando te vieron, cuando te esculcaron, salieron despavoridos, con alaridos de dolor, como si la brasa viva los quemara>>, me contó alguien.

No recuerdo a nadie más burlándose de mi madre, y es que, cuando dijo que yo había nacido con alas era la comidilla en los pasillos del mercado, la burla de las comadronas que flanqueaban la calle. A partir de entonces, aquellos que quedaron, la trataron de forma amable y diferente, decían que había parido al elegido.


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