Al Corazón

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Por las viejas y estrechas calles adoquinadas de los suburbios, a la luz de unas cuantas farolas que emitían un intermitente resplandor anaranjado haciendo juego con el más hermoso atardecer que jamás se haya visto cubriendo el cielo, caminaba un hombre con rumbo errático y una mirada perdida.

            Mientras seguía su camino, se preguntaba a sí mismo si en un futuro no muy lejano le sería posible encontrar por fin a la mujer indicada que llenara sus pensamientos durante el día, e inundara sus ensueños durante la noche. Más que por apremio de sus padres, quienes encontrarían inconcebible el hecho de no poseer alguien con quien formar parte de la herencia familiar, sentía la profunda necesidad de lograrlo como deleite personal para conseguir la única fortuna que él consideraba realmente importante y necesaria.

            Al levantar la mirada, distinguió el menos impresionante y más extrañamente atrayente escaparate de todos; que aunque para el resto de las apresuradas personas que por allí deambulaban parecía pasar completamente inadvertido, lograba llamar la atención del hombre. Descuidados  cristales y una vieja puerta negra de madera no resultaban demasiado fascinantes, excepto tal vez para él, que al parecer podía leer un letrero invisible que amablemente lo alentaba a pasar.

            Al abrir la puerta haciendo repicar la campanilla, observó el solitario lugar que justo como su poco ostentosa fachada lo insinuaba, lucía algo desatendido y polvoriento también en su interior, por lo que se diría que se ajustaba perfectamente al concepto de artículos antiguos que había en cada uno de los aparadores, y de los que se podía percibir algo inexplicable y especial proveniente de ellos.

            Sin embargo, ninguno logró dar respuesta a la extraña sensación que lo había atraído hacia ese lugar, más que una pequeña caja de cristal en cuyo interior contenía una curiosa brújula de bronce, la cual no marcaba los puntos cardinales. Fue el momento en que su mano entró en contacto con la caja lo que activó la aguja de la brújula haciéndola girar, hecho que pareció alertar al propietario, quien habiendo aparecido inesperadamente ahora se dirigía hacia él.

“Reconozco una voluntad pura cuando la veo. Ella no se equivoca. Es suya, joven, si así lo desea”, dijo el viejo hombre. “¿Hacia dónde apunta?”, dijo el joven. “Al corazón”, respondió el propietario.

Era difícil ocultar la emoción que aquella situación le había traído, más sin embargo, no podría comprender por completo el significado de cada palabra hasta el momento en que el artefacto cobrara sentido en su vida, y eso no lo lograría permaneciendo parado haciéndose preguntas que eventualmente tendrían respuesta; o por lo menos eso era lo que esperaba. Y así levantando su vista hacia el propietario, notó que de nuevo se encontraba solo en la habitación, y agradeciendo infinitamente al aire, dejó el lugar.

El hombre continuaba su marcha a través de las calles, esperando el momento en que la brújula se activara de nuevo. Por su mente cruzaba la vaga idea de que pronto se encontraría frente a la mujer de su vida, pero lo que no contemplaba era cuánto tiempo le tomaría realmente, o si quiera la distancia que se encargaba de separar sus caminos.

De repente todos los pensamientos que recorrían su cabeza dejaron de emerger. El artefacto había cobrado vida de nuevo, así como su corazón; cada paso que daba lo acercaba más a ella, y cada uno de sus latidos parecería poder ser escuchado en todos los alrededores. La aguja lo guiaba directamente hacia la entrada del viejo teatro. Tal vez al atravesar esa puerta su vida estaría resuelta.

Con paso apresurado, su euforia era tal, que ignoró la presencia de la mujer que al mismo tiempo intentaba dejar el lugar. En otra situación, habría tomado una actitud considerada y hasta galante; pero esta ocasión, la humilde mujer quien parecía esforzarse arduamente por buscar un apoyo en aquel lugar para subsistir se llevó únicamente la impresión de un hombre por sobre todo, irreverente.

Pero él no se dio el tiempo para pensar en su acto. Dedicó una mirada breve a la ahora apresurada mujer de la deteriorada vestimenta mientras el viento se llevaba su infructuoso intento por disculparse, esperando volver a encontrarla en otra ocasión para excusarse apropiadamente. Entonces, con cierta pena, decidiendo dar por terminado el hecho, se volvió hacia la entrada para al fin culminar su larga búsqueda.

Para su sorpresa, el lugar estaba vacío. Por la hora que indicaba su reloj de bolsillo, no hacía mucho tiempo de haber suspendido el acceso al público, lo que le advertía que no debería estar allí pues al parecer en cualquier momento se cerrarían las instalaciones.

Fue entonces cuando notó que la brújula permanecía inmóvil nuevamente. ¿Acaso se había tratado de una falsa alarma? Comenzaba a dudar de la legitimidad del objeto.

Después de un largo tiempo, la ausencia de personas en las calles le sugería que era hora de volver a casa. Pensándolo bien, no había resultado como habría deseado. Detuvo la primera carroza que vio transitar por allí para abordar, pero notó que ya se encontraba ocupada en la parte trasera por otra persona. Para su  fortuna, quien fuera dicho viajante, dio su aprobación para compartir el coche, pues debió haber considerado lo solitario del lugar para ese entonces.

Aún sin cruzar miradas, podía escuchar a la persona continuar su conversación con el conductor, a quien parecía conocer bastante bien. Era una mujer. La mujer con la voz más suave y serena que jamás haya escuchado. Una voz sin malicia y completamente transparente. Alguien a quien definitivamente no necesitaba ver a la cara para conocer sus intenciones. Y de hecho no lo hacía, pues se encontraba cubierta por la penumbra.

 En todo caso, era una pena que la brújula se hubiera equivocado anteriormente. Y de ser así, ¿debería continuar siguiendo sus pasos? Y si este podría, tal vez, ser el momento que había estado esperando, ¿debería dejarlo pasar sólo porque el objeto había dejado de reaccionar?

Fue el instante en que decidió revisar la caja de cristal por última vez cuando sus dudas obtuvieron respuesta. Si se cuestionaba la falta de actividad del artefacto, aquí lo entendería. En su interior ya no se encontraba una brújula, sino un resplandeciente anillo.

Es ahí cuando el rayo de luz filtrado de una farola alcanza la figura de la mujer revelando su rostro. La misma que antes se había cruzado en su camino y a la que erradamente había pasado por alto expectante por alcanzar su destino. Fue cuando sus ojos se conectaron. “Discúlpame”, fue todo lo que pudo decir el hombre. Después de todo, no parecía el comienzo más apropiado, pero la circunstancia prometía un maravilloso final.


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