LA CIRCUNCISIÓN COMO MARCA DE PROPIEDAD (1/2)

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     Cuando se establece entre mujer dominante y hombre sumiso, entre ama y esclavo, una relación estable y existe un nivel muy elevado de entrega, no es raro que la señora desee (y el esclavo lo sienta como un privilegio) “marcar” a su siervo de algún modo: una marca que muestre la propiedad y haga siempre recordar al esclavo a quién pertenece. Son usuales “marcas” que muestren la propiedad, pero que sólo son juegos sin realidad alguna: collares, anillas, piercings. Más definitivo son los tatuajes (existen incluso con código de barras que muestran la propiedad); cicatrices permanentes; escaras… En otras ocasiones pueden ser prácticas mucho más extremas, como de marcas efectuadas con hierros candentes.

     Sin embargo, no se habla habitualmente de un rito que puede mostrar la propiedad de modo cómplice entre ama y esclavo: la circuncisión. Es esta una práctica extrema y que puede ser peligrosa; es evidente que se requiere la mayor prudencia y consenso, tras decidirlo "en frio", no durante un "calentón".

     La circuncisión es una clase muy especial y específica de mutilación que de algún modo puede traernos imágenes y ciertas semejanzas muy intensas con otras clases de modificaciones, pero no viene aquí al caos entrar en detalle ni trazar semejanzas con ello.

     La circuncisión, una vez realizada, dura toda la vida; más allá de que el esclavo en algún momento no siga con su ama, siempre recordará cuándo y por qué fue realizada. La circuncisión no puede hacerla cualquier persona, pero sí mujeres que tengan cierto nivel de conciencia, experiencia y prudencia. Es una práctica reportada como muy incómoda en adultos, y eso de añade un valor agregado muy alto en el imaginario del ama y en la relación mutua entre la mujer y su varón.

     En ese ritual no figurará el nombre de la dueña, pero el esclavo podrá sentir, aceptando la circuncisión, un acto extremado de entrega. La dama sentirá también la entrega. Y el pene del esclavo ya nunca volverá a ser el mismo que fue. Luego de realizada, ésta dejará una huella extremadamente simbólica. Fue ritual iniciático en algunas culturas, representa purificación espiritual para otras y dicen que se utilizó en época egipcia como método para marcar los esclavos. ¿Podría ser más simbólico en una relación BDSM?

     Realizada esta pequeña presentación genérica con el fin de poner en tema a los lectores, paso a describir y detallar el más curioso caso que me ocurrió en materia de sexo. Como sabrán quienes siguen atentamente mis publicaciones, yo soy bisexual y estoy de algún modo conviviendo con Nadia, mi pareja mujer, y con Julio que es mi pareja varón y de quien tengo un hijo. Lo que relataré ocurrió hace trece años, cuando yo tenía 22 de edad y Julio estaba en sus 26; es decir, aún tres años antes de haber quedado embarazada.

     Lo cierto es que él tiene un pene de tamaño mediano, de trece centímetros en erección; nada extraordinario, pero con el que sabe complacerme maravillosamente, lo que da la razón a aquél dicho de que “El tamaño no importa, sino el saber usarlo”. Su único inconveniente era que tenía lo que se llama “prepucio redundante”, esto es, un exceso de piel recubriendo su glande (la “cabecita” del pene). El prepucio es esa piel libre, despegada del extremo, y con la que los varones juegan y usan para masturbarse, evitando irritaciones. Tener prepucio redundante no es ningún problema en sí mismo, pero resulta un tanto incómodo a la hora de realizar la higiene íntima del pene, dado que al retraerlo no pueden descubrir completamente el glande para lavarse, dada la abundantísima cantidad de piel del prepucio; lo cual puede ser causa de balanitis (inflamación del glande), e incluso riesgo de sufrir infecciones urinarias por acumulación bacteriana. Además, durante la penetración puede resultar molesto para la mujer en caso de hacerlo en ausencia de preservativo, dado que ese gran prepucio genera la sensación de que hay “algo de más” y como molestando o abultando y que quizá no debería estar allí dentro.

     Habiendo hablado del caso alguna vez con Nadia, a ella parecía no molestarle o, al menos, no generarle ninguna incomodidad especial, siendo que a mí sí me resultaba desagradable; quizá porque yo tengo vagina un poco más reducida que ella. Tampoco a Julio le resultaba especialmente engorroso, y sin embargo a mí no terminaba de convencerme que se quedara así y nada más. Hasta que un día me decidí a encararlo y hablar directamente del tema, dado que honestamente estaba por entonces comenzando a eludir o posponer paulatinamente la relación sexual con penetración genital. Ya no quería llegar a ello, y sin embargo tampoco deseaba quedarme sin ese placer para mí tan importante y necesario. Así que le propuse si no deseaba incluir alguna clase de modificación que, simultáneamente con una ganancia en comodidad, le redituara un embellecimiento del pene. Le hice la propuesta de esa manera, como para darle a entender que cualquier cambio funcional podía también aportarle un mayor atractivo agregado; encararlo con ese tema podía facilitar bastante la resolución del caso en el modo que yo buscaba.

     Cuando me preguntó qué ideas tenía para ofrecerle, le dije que solamente se me ocurría la circuncisión. Inicialmente dijo que no tenía interés, que le desagradaba la idea, pero al avizorar que podía perder oportunidades conmigo, empezó a cambiar de opinión; también le dije que su atractivo sexual se incrementaría sobremanera, y que circunstancialmente podía durar muchísimo más tiempo durante la relación sexual. Eso terminó por gustarle, y empezó a reírse. Finalmente, me di cuenta que se estaba dejando convencer. Le hablé un tanto más, haciéndole notar las ventajas en materia de higiene, y al fin estuvo convencido de que yo tenía razón con la propuesta, considerándola una opción de calidad.


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