Tras un largo pasillo blanco, los marcos de las habitaciones pintados de color naranja, llego a una sala con mesas de madera, sillas y un par de sofás de piel. Un hombre está sentado en uno de ellos, recostado en el respaldo, con la mano en la frente sujetándose la cabeza.
No llevo las gafas de lejos y voy buscando en plan cegato una habitación en concreto. La 235.
Una corazonada me hace dejar de buscar los minúsculos números y rodeo el sofá.
—Hola, ¿qué tal, guapo, cómo estás?
—Bien, aquí —responde mirando a su alrededor.
Me siento a su lado, un poco apartada. No me atrevo a insinuarle si sabe quién soy, no quiero agobiarle.
Me pregunta extrañado qué hago ahí, que cómo le he encontrado. Con una sonrisa que por llevar mascarilla solo puede ver en mis ojos le respondo que ya sabe que soy un poco bruja y tengo unos duendes que me lo cuentan todo.
—Ah, ¿si?
Con tacto le explico quién me lo ha dicho, el nombre y su descripción física. Veo que vacila y cambio el tema.
—Por cierto, ¡felicítame, que ayer fue mi cumpleaños!
Él lleva más de veinte años haciéndolo, sin olvidar ni uno.
Parece que esta noticia le alegra y me felicita tímidamente. Después me pregunta mi edad. Se la digo y aprovecho para echarme a un lado la mascarilla y que me vea la cara. Con una sonrisa de las suyas de siempre, me dice que no lo parece.
Damos unos cuantos paseos por aquél pasillo blanco mientras le cuento todo lo que se me ocurre; nos cruzamos con una señora que, agarrada a la barandilla que lo recorre, también se dedica a andar. Se saludan. Y él, me guiña un ojo con esa mirada que conozco tan bien de "soy irresistible".
Cada vez que llegamos a la sala del otro extremo se sorprende, como si hace un rato no hubiera estado ahí. La tarde avanza. Lo acompaño a su habitación. Él no recuerda cual es. Está a oscuras. Compruebo que la luz de su cabecero no funciona y la persiana está atorada abajo y enciendo la del techo. Tiene la merienda en una mesita, un zumo y un croissant, al lado de un vasito con cinco pastillas. Intento que se las tome, pero se niega. En cambio, me enseña ilusionado tres revistas de National Geographic y las miramos un buen rato comentando las fotos de lugares que ambos conocemos. En ese momento, parece como si nada hubiera ocurrido. Como si todo fuera como hace dos meses, antes de desvanecerse aquel día y encontrarle un maldito tumor en su cabeza.
No me quiero ir. A mí no me gustaría quedarme ahí sola. Pero la máscara de fortaleza ya me pesa demasiado. Vuelvo a insistir con la merienda y me la ofrece a mí. Le digo que acabo de comer un plato de cordero asado que sobró de mi cumpleaños.
Con gran sorpresa, me pregunta cuándo ha sido. Sin vacilar le digo que ayer y él me felicita, me abraza y me da un beso en el oído. Un pequeño chasquido que cae a plomo en mi corazón y me encoge el alma.
©Serendipity
Octubre 2022
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