UNA MÚSICA ESPECIAL

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Aquel domingo por la tarde de finales de los años 90 no sabía qué hacer; y era uno de aquellos días en los que de una manera inexplicable no me apetecía quedarme en casa. Así que al fin me decidí a ir un cine que se hallaba en la zona alta de la ciudad donde proyectaban una personalísima película de Luis Buñuel que era un director que a mí siempre me había interesado llamada EL DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESÍA.

No tardé en llegar a mi destino, y tras adquirir la localidad me adentré en la silenciosa sala de proyección a la espera que comenzase la sesión. Mas en aquel instante se escuchó en aquel lugar similar a un templo de la imagen una pieza de música clásica tan sublime como harto famosa que se esparcía a los espectadores de igual forma que el rocío matinal lo hace al amanecer en el campo, la cual parecía que se había elaborado en otra dimensión del espacio-tiempo; o lo que es lo mismo desde un insospechado ámbito espiritual, por lo que muchos de los allí presentes desde aquel momento quedarían atrapados para siempre en aquella sinfonía sin igual como lo fue en mi caso.

Es sabido que por lo general una música determinada tiene la particularidad de relacionarse con los recuerdos de nuestra vida sean buenos y malos. En el sentido negativo cuando murió mi madre estaba de moda una estúpida canción popular que la tocaban sin cesar en todos los medios de comunicación  que a mí me hacía pensar en lo absurdo de nuestra existencia en este mundo; aquella cancioncilla era como una burla del destino que se cebaba en mi tristeza debido mi situación familiar. Sin embargo en aquella ocasión en el cine aquella especial música era todo lo contrario porque daba la impresión de que  alimentaba y consolaba a nuestro espíritu de múltiples sinsabores. "No os preocupéis que pronto las cosas os irán mejor" - parecía sugerirnos aquella música venida de otro mundo-. Se trataba de un ADAGIO en Sol Menor del compositor italiano de Venecia del siglo XVl llamado Albinoni.

Un ADAGIO musical de aquellas características tenía una connotación moral muy propia de aquella lejana época; y en un sentido lingüistico otro adagio tiene su  Máxima como por ejemplo: "Más vale tarde que nunca". Pero aquella sinfonía en la que se alternaba de un modo perfectamente sincronizado el violín con el órgano que a su vez formaba parte de nuestra tradición cultural  europea con una cadencia casi melancólica penetró en mi conciencia mágicamente, cual un rayo láser en un cuerpo sólido hasta llegar a mis más profundas entrañas,  produciéndome una inusitada paz interior. Pero enseguida me asaltó la pregunta. ¿Por qué me sentía tan feliz en aquella paz que hacía que me olvidase por completo del mundanal ruido? Era como si éste estuviera lejos, muy lejos o no  tuviese importancia alguna. Si esto era así, era porque tal vez yo no me sentía a gusto en la dinámica del mismo.

Evidentemente aquel plácido estado de ánimo notaba que contrastaba con lo que yo percibía a nivel inconsciente en el ambiente que me rodeaba, el cual me hacía vivir en una vaga tensión emocional. A pesar del bullicio de la gran ciudad; de una aparente alegría en un evento puntual cualquiera yo intuía un malestar en muchas personas que precisamente se había generado en el seno familiar. Por ejemplo padres tiránicos que coaccionaban a sus vástagos y que posteriormente esto repercutiría fatalmente a la hora de relacionase con los demás. Sobre todo dicho malestar con el tiempo daría lugar a una confrontación entre los dos sexos, ya que en una relación  de pareja prevalecería más un instinto narcisista de dominación del uno hacia el otro que de generosidad afectiva; una dominación que por cierto había empezado a extenderse en la sociedad con el poder de la iglesia, y que había seguido en el orden político que propiciaría a la larga la disgregación familiar. Un deterioro en las relaciones humanas dado que muy poca gente sabía interesarse por su prójimo y se sobrevaloraba más a un sujeto por su alto poder adquisitivo que por su humanidad. Yo recuerdo que en aquellos años corrían unas targetas de presentación que en lugar de llevar apuntado el nombre de un individuo y su número de teléfono sea de su casa o de la oficina para poder conversar de cualquier cosa con él, éste había escrito una frase egoísta y sarcástica que decía: "No me cuente usted su vida, que yo también he sufrido mucho", por lo que el interlocutor se quedaba totalmente chasqueado abocándolo a la más abyecta soledad. En realidad se hacía muy complicado conversar con sinceridad, con naturalidad con alguien, puesto que si te mostrabas en ser amable y empático con este alguien éste podía confundirte por un entrometido; un intruso en su vida, al mismo tiempo que podías poner en evidencia la miseria moral del sujeto y por lo tanto él podía sentirse ofendido y se terminaba la relación

Esta era la razón principal por la que aquella vez en el cine al escuchar aquel ADAGIO tan sutil, tan armónico me produjo un efecto balsámico en mi espíritu. Me situaba en un plano desde el que vislumbraba al ente social como una hostil y abrupta montaña difícil de escalar.

                                                                        FRANCESC MIRALLES

 


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