LEO Y SALO, ¡QUÉ ENCONTRONAZO!
Por onemacaj
Enviado el 15/10/2022, clasificado en Adultos / eróticos
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La noche de amor entre Leocadio y Salomé fue fantástica. Ella sabía darle unos besos dulces y apasionados, no solo en la boca; la manera como lo besaba en la punta de su miembro era enloquecedora y los besos negros lo descompensaban por completo. Él también tenía sus artes para hacerle sentir placer profundo: le recorría muy suave con los labios el pabellón de la oreja y con la punta de la lengua; después bajaba dándole besos repetidos en la mejilla hasta que le llegaba a los labios, donde también hacía un recorrido suave y electrizante que le arrancaba gemidos; entre tanto, sus manos le estaban acariciando con tibieza las turgencias del pecho y bajando vía vientre hacia los genitales, donde también le producía estallidos.
Al amanecer se durmieron, abrazados, y al medio día despertaron con hambre, se dieron un buen banquete y se despidieron con promesas de reencuentro. No eran pareja, se habían conocido la tarde anterior en un paseo comercial y habían jugado a seguirse uno al otro, tal fue la conexión que se estableció después de un par de miradas. Leocadio invitó a helado y no tuvo que rogar. Disfrutaron la dulzura de la preparación y también sus formas: él hizo un paralelo entre las dos fresas que sobresalían de la crema y las dos pequeñas, pero tentadoras protuberancias en la camiseta de Salomé. Ella le correspondió mostrándole que el plátano de su banana split se le marcaba entre las piernas.
Después estuvieron en un cine, donde empezaron concentrándose menos en la pantalla que en los toques en las partes que habían identificado un rato antes. Del empalago los sacó una familia que se les sentó alrededor y les infundió algún respeto. No acababa de terminarse la película cuando él la tomó de la mano, la llevó hacia la salida y la invitó a un barcito cercano, donde se dijeron muchas cosas dulces y se produjo la invitación al lecho de él.
La noche siguiente, Leo llamó a Salo, tal como le había prometido. Fue recibido con un saludo efusivo y con un hace rato te esperaba, sabía que sí me llamarías.
–¿Por qué tan convencida?
–No es convencimiento, es que estamos vibrando en la misma onda.
–Así es, mi queridita. Oye, nunca imaginé lo que encontraría allí abajo; en ninguna mujer he hallado algo así.
–No me mientas. Tenías que haberlo sospechado.
–Claro que con esa carita tan divina de labios carnosos y ojos picarones; ese largo cabello negro y lacio, tan lustroso y tan femeninamente peinado; y el ombliguito hondo y pulido –callando lo que estaba pensando de las nalgas redondas y sobresalientes y las tetas incitantes– yo sabía que ahí debajo me esperaba un precioso tesoro.
–¿Y te gustó o te defraudó?
–¿Cómo se te ocurre que me va a defraudar tal ricura?
–Pero no es tan largo como el tuyo.
–Un centímetro no hace diferencia. Y el grueso habría que volver a compararlo: riquísimo rodearlo con todos los dedos de mi lasciva mano.
–¿Y te gustó el capullo de la punta?
–Es más bello que el mío, que soy egoísta y me lo miro mucho.
–Entonces, ¿nos los volvemos a chupar mutuamente?
–Ni más faltaba. Ardo de ganas de un reencuentro.
–¿Qué me harás si te visito de nuevo?
–Todo lo que nos faltó anoche: mi pirulo no ha entrado en tu huequito y me enloquezco imaginándolo; no me has saboreado las bolas y a mí me han dicho que saben delicioso; no se han rozado y besado entre sí nuestras dos pollas; no te he mamado esas tetas tan bellas…
–¡No me digas más! Ya me estoy viniendo.
–¡Te puedes venir! ¡Disfruta! Yo también me estoy desarrollando aquí mientras te digo todo esto y me la agito con fuerza.
–¡Qué rico! ¿Qué espero para voleármela? Lleguemos hoy solos y mañana nos volvemos a encontrar, amorcito.
–Vale, cariño.
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