Nieto, ¿dónde estás?

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La muerte, canosa, sin aliento y de profundos ojos negros volvió pasado el plazo concedido a la Sr. RottenMeyer. No solía conceder aquellos plazos salvo situaciones excepcionales, porque era justa. RottenMeyer había tenido tiempo en ese plazo concedido para ver por última vez a sus despegados hijos, después de tantos años. Casi toda una vida con la única compañía de la soledad . Y ahora, a poco de partir, la pena de no haber tenido ni la compañía de sus hijos, y mucho menos, porque sus hijos no habían engendrado, de nietos. Aunque ya muy tarde, dio voz y razón a su conciencia, admitiendo que había sido toda su vida una persona huraña, excesivamente orgullosa, de insoportable carácter, y el precio que pagó fue la soledad. Pero tan segura estaba la muerte de su trabajo, que da toda una vida de ventaja.

La Sra RottenMeyer subestimó la experiencia y sabiduría de la muerte, canosa, sin aliento y de profundos ojos y trató de engañarla. Sentó en el salón y maquilló un maniquí de los que usaba como modelo para la costura. Colocó una peluca y trató de imitar su mismo peinado con el más mínimo detalle, a imagen y semejanza de ella. Se reía para sus adentros y se enorgullecía, una vez más, de su astucia creyendo que podía engañar a la muerte.

Primero fue una densa niebla que se fue generando de la nada en techo del salón y fue ocupando toda la estancia, de repente se hizo frio, mucho frio. La y Sra. Rottenmeyer que contemplaba la escena desde la habitación de al lado a través de la rendija de la puerta se estremeció y se enrojecieron sus mejillas.

Un cuerpo negro, de mujer, con capa y una guadaña se diferenciaba cada vez más en el espesor de la niebla, frente al sillón, hasta que se hizo totalmente de cuerpo físico y la niebla se disipó.

- Tu tiempo ha concluido. Ahora, debemos partir.

Colocó su izquierda sobre el hombro del maniquí y mientras pronunciaba unas palabras en latín, la cabeza de maniquí se desencajó y cayó rodando hacia el centro del salón. Se hizo un silencio que asfixió el aire y detuvo el tiempo El reloj de pared del salón se paro.

Un fuerte temblor empezó a sacudir toda la casa hasta sus cimientos. Las puertas y ventanas comenzaron a cerrar y abrirse solas y los cristales se hicieron añicos. La sra. Rottenmeyer ahogó un grito de terror llevándose las manos a la boca, su corazón latía a punto de explotar. Una voz muy grave, de ultratumba, surgía de toda la casa

- ¿Cómo habéis osado a engañar a la muerte? ¿Incluso después del favor del aplazamiento de vuestra partida? ¡¡Yo os condeno a vagar por esta estancia, hasta que tengáis el amor de un nieto con alma pura e inocente, y sintáis el mismo amor por ese alma, aunque no sea de vuestra estirpe!!

- ¡Piedad, muerte, ruego reconsideréis la condena, pues no tengo nietos, ni veo que vaya a tenerlos!

- ¡Así será tu condena! - Con un golpe seco, golpeó el bastón de la guadaña contra el suelo.

El corazón de la Srta Rottenmeyer dejó de latir y ella cayó al suelo. La muerte, segura de su trabajo una vez más, y como siempre, se disipó en una espesa niebla y desapareció en ella.

El tiempo y el abandono hicieron mella en la casa, deteriorándola casi por completo. La vegetación cubrió la fachada exterior, y la suciedad y telas de araña hicieron lo suyo en puertas y ventanas, dándole a la casa un aspecto fantasmagórico propiamente dicho, porque además, encerraba un alma en pena en su interior. Pero eso, no lo supo nadie hasta mucho tiempo después…..

Cuenta la leyenda, que cada noche de Halloween, un maniquí con ropas de anciana y sin cabeza, se asoma por las ventanas y parece gritar “Nieto, ¿dónde estás?”


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