Mi primera vez en Japón

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       Cuando se abrió la puerta del piso y apareció ella mi corazón comenzó a latir con fuerza. 

          Sonreí respondiendo a su sonrisa, mientras la anfitriona decía "hola" con acento japonés.

          Me agaché para quitarme los zapatos mientras mi amiga se dirigía a la cocina para sacar algo de beber. Sus pantalones de andar por casa holgados, su camiseta ajustada y el recogido de su cabello llamaron mi atención. El piso era pequeño, con una mezcla de estilo tradicional y moderno dificil de catalogar. Dos habitaciones, un cuarto de baño en miniatura, la cocina y el saloncito presidido por una tele plana marca toshiba que parecía demasiado grande para aquel lugar.

        Atrás quedaban las largas horas de vuelo, las terminales de tres aeropuertos internacionales, sus protocolos y el viaje final en autobús. Estaba en otro mundo, en otro país, enganchado a la realidad gracias a Sayo.

         Dejé las maletas en mi habitación. A través de la ventana se veía la carretera y la estrecha acera que compartían peatones y bicicletas. Los postes de madera, que se repetían cada pocos metro,  y de los que colgaban marañas de cables telefónicos completaban el paisaje.

          Sayo me explicó medio en español medio en inglés que comeríamos algo dentro de media hora y ya por la tarde tendríamos la oportunidad de salir a  conocer la zona y cenar.

       Conocía a mi anfitriona desde hace un par de años, habíamos estado en Barcelona y en Londres, pero siempre por nuestra cuenta, en hoteles distintos ó habitaciones distintas dentro del mismo hotel. La última vez había habido una tentativa de beso, pero mi indecisión hizo que aquello no llegara a buen puerto. Luego había pasado un largo año dedicado a recordar y lamentar la oportunidad perdida. Entonces, como agua de mayo,  llegó la invitación.

      Mis tripas rugieron y me entraron ganas de ir al baño. Había aceptado ir a su casa y convivir, pero lo cierto es que tenía mis reparos. La cuestión de la intimidad era uno de ellos, al final, viviendo en un espacio reducido, el roce sería inevitable. "¿Y si no había química?" Entonces el panorama para la semana que teníamos por delante no pintaba muy bien. La alternativa de buscar un hotel cruzó por mi mente, alternativa que rechacé casi de inmediato. Todo aquella idea de rechazo estaba solo en mi cerebro. "Ella no tiene la culpa de mis inseguridades, me ha invitado a su casa haciendo uso de su libertad, no es el momento de fastidiarlo todo."

       Entré en el aseo y cerré la puerta. La taza estaba forrada con una funda de tela a juego con la tela que cubría el porta-rollos de papel higiénico. El retrete en sí, disponía de varios botones. Aunque mis conocimientos de japonés eran escasos, había estudiado "hiragana" (uno de los alfabetos del idioma) y esto, unido al dibujo que parecía representar un chorrito de agua, me permitió deducir el significado de la palabra que lo acompañaba: "oshiri" (culito). Me bajé los pantalones y los calzoncillos y me senté en el trono notando el calor en las nalgas. Había un botón para que sonase una melodía, pero opté por tirar de la cadena y aprovechar la ocasión para disfrazar el sonido del aire. Luego use el chorrito de agua caliente que impactó directamente en la diana, y por último pulsé el ambientador. Me lavé las manos, olfatee el aire para comprobar que olía bien y salí del baño.


       Durante la comida hablamos animadamente y bebimos algo de vino. Sayo se mostró cercana y la incomodidad o inseguridad iniciales pronto desaparecieron. Después de almorzar nos sentamos a ver la tele un rato. Ella se arrimó bastante, su muslo pegado al mio. De vez en cuando nos tocábamos el brazo o la cabeza.

-¿Cuándo salimos?- pregunté sin mucho entusiasmo.

- Pareces cansado... túmbate un rato si quieres y luego vemos.

      Fui a mi habitación y me dejé caer boca arriba sobre la cama. Desde ahí pude oír a mi amiga en su habitación. Fuera, un pájaro trinaba buscando pareja. Luego cerré los ojos.

- ¿Duermes? 

Sayo estaba allí, mirándome.

- No. ¿Quieres tumbarte?

       La japonesa se hizo la remolona durante unos segundos y luego se tumbó a mi lado.

Permanecimos en silencio unos minutos.

- ¿Te gusta Japón? - dijo rompiendo el silencio.

Podía oir su respiración y oler el perfume de su piel.

- Sí, me gusta Japón... y me gusta una japonesa. - respondí mientras notaba como mi ritmo cardiaco se aceleraba y mi temperatura corporal subía.

         Sayo se puso de lado y me miró. Luego, reincorporándose, acercó su rostro al mío y me beso en los labios.

La sensación fue maravillosa. 

La rodee con un brazo y atraje su cuerpo hasta que quedo pegado al mío.

Abrió la boca dejando que mi lengua la visitase.

El sabor del beso era adictivo.

Rompimos la magia para  tomar aire y contemplar el deseo reflejado en los ojos del otro.

La separación duró solamente unos segundos.

Nuestros cuerpos y labios se fundieron de nuevo. Poco después nos quitamos la ropa.

      Una hora más tarde salimos del piso. Fuera, el cielo estaba nublado. Giramos a la derecha, entrelazamos nuestras manos y con la felicidad de la primera vez, nos encaminamos con ilusión  a conocer y disfrutar de todo lo que nos podía ofrecer Japón.


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