Con un mantel por bandera y una cuchara en la boca
agarrada fuertemente entre sus dientes de pega,
enardecido en la lucha que de nuevo le provocan,
subido sobre la mesa se cree Martín Cervera
otro Jhon Rambo cualquiera en la “Guerra de las Ollas”.
-¡A por él, no le temáis…! -gritaron en el salón…
Se ha jurado ser muy duro con el malvado enemigo;
(“quizás le cueste la vida…”, desde muy dentro me digo),
pero soporta valiente sus ataques chapuceros,
ni rendición ni armisticio, ni muertos ni prisioneros,
defenderá con su celo hasta la postrer cuchara el barrigudo puchero.
¡Yo le pincharé el primero…! -clamó el más rechonchete…
Diez enemigos le vienen por el costado derecho,
tres visten con bata blanca, siete van de pelo en pecho,
a tropel, con veladas amenazas de romperle hasta los huesos
y, enarbolando bananas creyéndolas escalpelos,
le han acabado cercando para quitarle el pertrecho.
-¡No le dejéis que se baje…! ¡Le tenemos rodeado! -insistió “Bola de Sebo”…
Por la izquierda les secundan otros seis con cara huevo;
su territorio ha mermado, ahogado tiene el resuello,
sus ojos enrojecidos no prometen nada bueno,
por mucho que sobre la mesa, muy por encima de aquellos,
Martín Cervera “John Rambo” domine muy bien aquel suelo.
-¡Cortadle ya los tobillos y cojamos el puchero…! -dijo el más menudito…
-¡Vale, vale… Por vencido me doy ya…! -claudicó Martín Cervera,
repartiéndose entre todos el codiciado puchero, único guiso a yantar.
Y es que en esta residencia, sin juegos tan belicosos
las sempiternas patatas no saben sino a soso corcho,
y a los orates del Centro la rutinaria vianda,
sin esos ritos, sin timbas, sin guerras que conquistar,
no es que les ponga furiosos… ¡es que están locos de atar!
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