Donato estaba pasando una mala racha. Nuria, su novia desde hacía seis años, le había plantado marchándose a vivir con un profesor de francés. Las continuas risitas y las bromas pesadas de los compañeros de trabajo le resultaban insufribles. Además, se encontraba atascado desde hacía semanas en la página 127 de la novela que empezó a escribir con tanto entusiasmo.
Y allí estaba Donato. Dudando si tirarse o no. Sacaba su pie derecho temblando al vacío y lo apoyaba de nuevo en el suelo.
?Solo es cuestión de decidirse, pensaba.
Desde donde se encontraba veía el agua que se extendía al fondo del abismo con aprensión.
? ¡Vamos!¡ No lo pienses más y salta! ¡No seas cobarde! murmuraba.
Un viento suave hizo balancear las copas de los árboles. Empezaba a sentir frío.
A su alrededor varias personas le gritaban, pero él no era capaz de oír lo que decían.
?Si Nuria estuviese aquí vería de lo que soy capaz. ¡Venga! ¡Un salto y todo habrá acabado!, se decía.
Otra vez deslizaba el pie derecho hacia delante. Cuando iba a moverlo a la posición inicial, un fuerte empujón hizo que perdiera el equilibrio y cayera al agua.
Estaba muy fría, pero una vez recuperado, sintió un inmenso alivio.
Salió de la piscina, subió de nuevo al trampolín y esta vez, se tiró.
Lo había conseguido.
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