Sebastián Reyes que era un hombre de mediana edad; y el director general de una importante industria de embases de plástico que estaba situada en una zona industrial de Barcelona se sintió muy ufano cuando él y su esposa Irene que era una dama rubia de ojos verdes a principios de los años 50 del siglo pasado tomaron posesión de un magnífico y amplio piso de techos altos que había pertenecido durante muchos años su familia paterna.
- En esta casa mi hermano Pedro y yo hemos pasado la mayor parte de nuestra infancia - le dijo Sebastián a su esposa-. Luego nos cambiamos de domicilio para ir a vivir a la zona alta de la ciudad, pero ahora me alegro de volver a recuperar el lugar de origen; aunque es evidente que este piso necesita que se le haga algunas reformas para modernizarlo un poco más.
- Sí, pero es triste pensar que has heredado este piso al morir tu anciana tía Emilia y tras el suicidio de tu hermano Pedro - respondió Irene con un semblante apesadumbrado.
- Bueno. Mi hermano era un tipo muy débil; un irresponsable que nunca se supo adaptar a las exigencias que nos depara la vida y por eso acabó con su vida - dijo su marido meneando la cabeza con aparente disgusto.
El matrimonio se dedicó a inspeccionar todas las dependencias del habitáculo; cruzaron el largo pasillo desde el comedor hasta a una espaciosa sala de estar que se hallaba en el fondo del mismo en la que había el sofá y los sillones que estaban cubiertos con una manta para preservarlos del polvo, en la cual había colgado en un extremo de dicha sala un gran cuadro pintado al óleo de la anterior propietaria del piso en un fondo negro. Se trataba de una mujer otoñal; morena, la cual llevaba un vestido largo de noche de un color morado. Al parecer el pintor del cuadro supo reflejar la psicología de la mujer a la perfección dado que ésta mostraba un halo majestuoso que había sido la característica esencial de un fuerte tempermento que ella había tenido a lo largo de su vida. Pero súbitamente lo que a Sebastián le llamó poderosamente la atención de aquel lienzo fue la vivaz y acusadora expresión de los ojos de su tía Emilia que daba la sensación de que lo seguía a cada paso que daba.
Sebastián se quedó impresionado contemplando el cuadro. Era como si desafiara aquella inquisitiva mirada.
- ¿Qué haces bobo? ¿No ves que no es más que un cuadro hecho por un gran artista? - le reconvino su mujer Irene al percatarse del ensimismamiento de su cónyuge-. La mirada de tu tía que parece tan real; como si la mujer del cuadro tuviese vida propia es en realidad un buen truco pictórico que emplean muchos retratistas para darle credibildad a su obra.
- Sí, claro - convino él sin demasiada convicción-. Este cuadro dará un prestigio a esta casa. Lo dejaremos aquí.
En aquel instante llamaron a la puerta del piso y Sebastián fue abrir. Era un vecino del mismo rellano de cabello entrecano llamado Blas de edad batante avanzada quien había sido muy amigo de la tía Emilia y también había hecho muy buenas migas con el hermano pequeño de Sebastián.
- ¿Qué desea? - le preguntó el fabricante en un tono frío y distante al señor Blas. Pues él solía ser un hombre cerrado, introvertido que casi nunca daba confianza a nadie. Según su punto de vista así se ahorraba el que los demás se atreviesen a pedirle favores.
- Vengo a darles la bienvenida, porque me he enterado de que ahora ustedes vuelven a vivir aquí - repuso el vecino con una sonrisa-. Y a darle asimismo el pésame por el fallecimiento de su hermano Pedro. Pues él y yo nos habíamos llevado muy bien.
- Muchas gracias - dijo Sebastián con sequedad sin dejar traspasar el umbral al señor Blas.
- Su tía era una gran señora. Esto se ve en este magnífico cuadro - prosiguió el hombre que tenía deseos de hablar-. Ella en una época determinada se volvió bastante mística. No se lo dijo a nadie pero así era. Lo curioso fue que su misticismo por alguna razón desconocida la llevó a introducire en un misterioso colectivo ocultista que practicaba rituales extraños en los que había sujetos de las altas esferas; incluso de la política. Allí conoció al pintor de este cuadro que ve usted aquí, el cual no tan sólo la supo plasmar con gran maestría, sino que debido a sus conocimientos esotéricos tomó un hálito de su alma y lo incluyó en su obra.
- ¿Y usted cómo sabe todo esto? - inquirió Sebastián con esceptismo.
- Porque me lo contó ella misma poco antes de morir. Conmigo tenía mucha confianza.
Sebastián se olvidó por completo del cuadro y se centró en su quehacer en la fábrica. Pues él era un negociante nato y por supuesto no le había dado ninguna importancia a las disparatadas explicaciones del señor Blas acerca de su excentrica parienta. Además nadie sabía lo que él había hecho para ser el dueño absoluto de los bienes de la familia. Cuando su tía Emilia ya estaba a punto de fallecer en una residencia de ancianos el fabricante que era un sujeto muy codicioso había ido al notario de la mujer y lo había sobornado con una sustanciosa cantidad de dinero para que falsificara el equitativo testamento que beneficiaba sobradamente a su inútil hermano Pedro, al que se le asignaba un irrisorio sueldo mensual para que al menos pudiera subsistir. Mas como Sebastán tampoco lo queria en su empresa no tuvo ningún reparo en hacerle la vida imposible para que éste se fuera de allí como así ocurrió, por lo que Pedro malvivió unos pocos años hasta que cayó en una severa depresión y se suicidó arrojándose a la vía de un tren en el momento en que pasaba el ferrocarril.
Pero todo esto ya pasó y el matrimonio invitó una noche a sus amigos a cenar para enseñarles el nuevo piso, pero a Sebastián le aguardaba una sorpresa insospechada.
CONTINÚA
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