EL CUADRO 2

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Al actual propietario del piso que había sido anteriormente de su tía Emilia le encantaba aquella acogedora sala de estar en la que se encontaba el balcón que daba a las Ramblas del barrio en el que vivía que estaban oradadas de plátanos los cuales en primavera exhibían frondosas hojas verdes por las que se filtraban los brillantes rayos del sol.

Por eso mismo en una noche cualquiera Sebastián se dispuso a leer el periódico sentado en uno de aquellos mullidos sillones, cuando de repente la gruesa puerta de la estancia que estaba semiabierta se cerró de golpe como si alguien la hubiese empujado. El hombre se levanto cansinamente para abrirla de nuevo, y en aquel instante reparó en la incisiva mirada de la mujer del cuadro dejándole totalmente anonadado. ¿Lo miraba de verdad a él?

"Eres un miserable. Un vil asesino" - sintió el fabricante una profunda voz que martilleaba con fuerza en su cerebro.

- ¿Qué...? ¿Quién hay ahí? ¡Respóndeme! - preguntó el sujeto con voz alta, a la vez que sentía que su prepotencia materialista se derrumbaba como un castillo de arena y le entraba un pánico cerbal ante lo desconocido.

"Sí. No eres más que un gusano que no repara ante nada por el dinero".

Sebastián prestó atención a la extraña mirada de la mujer del cuadro, y vio que sus grandes ojos brillaban con intensidad; era como si tuvieran una luz propia; cosa que momentos antes no se había apercibido de ello, por lo que el fabricante tambaleando se dejó caer en el sillón.

"Tu hermano Pedro murió por tu culpa. Él y yo éramos dos almas gemelas, y tú con tu desmesurada codicia le destruíste la vida. Y pagarás muy caro lo que has hecho". - siguió implaclable la voz en la mente de Sebastián mientras la mirada de la mujer del cuadro adquirió una expresión furibunda. Esto era lo que le parecía al hombre.

- Pedro... Pedro no servía para los negocios. Ni servía para administrar ningún capital. Fue él quien se suicidó porque era un hombre de un carácter muy débil. Yo no tengo la culpa de que él fuera así - se atrevió a replicar con voz temblorosa Sebastián-. Dios mío, ¿Me estoy volviendo loco? - se preguntó a sí mismo con estupor.

" Pedro era una buena persona y tú le hiciste la vida imposible. Le destruiste su autoestima y esto es imperdonable".

- ¡En los negocios no se pueden hacer concesiones a nadie! Esto es así y yo sólo hago que adaptarme a este sistema que es como la ley de la selva para que el negocio siga funcionando; para poder vivir. Yo no he inventado esta mieda de forma de vivir - trató de defenderse Sebastián de aquella terrible acusación reflejada en la espantosa mirada de la mujer del cuadro. Pues en realidad él no estaba seguro si aquella voz que lo juzgaba emanaba de un genuino sentimiento de culpa que subyacía en su fuero interno inducido por  la singular mirada de la mujer del cuadro, o es que su tía Emilia en efecto se dirigía a él desde un Más Allá.

En la estancia reinó un denso silencio que se podría cortar con un cuchillo; era un silencio tan revelador como amenazante que anunciaba que algo terrible se iba a cumplir y que por tanto aún agudizaba todavía más el pánico que se enroscaba como un reptil en el ánimo del fabricante.

"De ahora en adelante tendrás constantemente el recuerdo en tu mente de tu difunto hermano Pedro hasta el final de tus días que no te dejará vivir en paz, y tu existencia en este mundo será un infierno".

Sebastián seguía sentado en el sillón cuando irrumpió en la estancia su mujer Irene.

- ¿Qué haces ahí? ¿Qué te ocurre?- le preguntó ella alarmada al ver el demudado aspecto de su marido.

El caso fue que desde aquella vez a pesar de que Sebastián ya nunca más visitaría aquella sala de estar en la que había el cuadro de su tía Emilia, él sufria todas las noches horribles pesadillas que le hacían gritar, en las que el recuerdo de su hermano Pedro le asediaba sin cesar. Se le aparecía por todas partes, sea debajo de la cama, al abrir un armario, en la calle...  y de nada sirvieron los medicamentos que el fabriante tomó para poder dormir plácidamente, hasta que su mente se resquebrajó del todo, y tuvo que ser internado en un sanatorio mental hasta el día de su muerte.

                                                                              FRANCESC MIRALLES


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