M, mi primera madura (IV) - Arco de Fantasía (parte I)

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Apreciado lector

Continúo con este relato. Si quieres entender de que va toda esta intriga te invito a que veas los cuentos previos pertenecientes a esta historia los cuales están dispuestos en la página. Me encantaría lograr publicarlos como entregas separadas y auto conclusivas que den lugar al morbo, la pasión y a rápidas fantasías onanistas que calienten la sangre y el deseo, como tienen que ser. Aún no lo logro.

Me dirigí hacia el campus, mi cuerpo avanzaba sin cuestionamiento como un autómata hacia el aula, pero mi mente se había quedado en el piso danzando entre la inquietud y el recuerdo de semejante orgasmo. El bienestar corporal; que procede de vaciar las bolas, nublaba mi criterio respecto a todos los escenarios posibles que podrían desencadenarse a futuro, resultado de la intervención de aquel jardinero voyerista durante nuestro encuentro relámpago en la cocina. De cualquier forma, la vida continúa.

-Buenos días, saludé sin obtener respuesta mientras ingresaba al salón para ubicarme en las últimas filas.

Ya sentado, saqué mi cuaderno para tomar apuntes lo cual no hice; la voz del docente y los cuchicheos de los demás alumnos eran burda cacofonía, ideas abstractas como la definición de la derivada para el cálculo de una variable no generaban ningún interés en mí, que durante gran parte de la sesión me mantuve dibujando curvas y bocetos que semejaban formas femeninas; el cuerpo de M.

-Bueno señores podemos dejar el tema hasta este punto; Ahora, voy a proceder a entregar el segundo examen calificado, voy a llamarlos uno por uno y si tienen algún reclamo deben aguardar hasta que termine de repartirlos.

«Mierda, llegó la hora de la verdad» pensaba, había estudiado lo mejor que pude; es decir, en tanto las distracciones que habían surgido en mi camino; M, fumar maría y mi propio ser.

-Carlos E, Víctor H, Catalina V… Llamaba el profesor con calma, yo observaba los rostros de los dolientes que recibían su nota tratando de descifrar algún tipo de tendencia sin resultado alguno.

«Parece que les fue bien» pensé, optimista a causa de mi escasa percepción. ¡Esto es la universidad! Es el mundo de los adultos en el que vivo ahora e ignoraba inocentemente en aquel entonces; ese cosmos donde no importan los resultados sino las apariencias de los mismos. Un rostro neutro podría esconder la animosidad más presuntuosa por una nota magnífica o la decepción más lastimera; acompañada del ansía por autoflagelación, producto de una mala calificación apenas aceptable, insuficiente o deficiente. Lo que importa es la compostura y el carácter, si no se poseen entonces se fingen.

- ¡P V! Exclamó el docente, fui con prontitud.

Tomé el examen; lo ojeé por encima, enrollé el folio y procedí a volver al asiento manteniendo una actitud camaleónica inconsciente, acorde al contrato social. Ahora pienso que mis cinco puntos con cinco de diez posibles hubieran generado alguna exclamación de burla si acaso y luego sencillamente, hubiesen quedado en el olvido. El profesor seguía llamando más alumnos, de cualquier forma, no importaba; la sesión ya había culminado y no tenía por qué seguir en el aula.

Salí a caminar por el campus, la alberca y las canchas de fútbol; me hallaba como el extranjero de Camus sumido en la selva de los sentidos y las emociones inmediatas; me tiré bajo un árbol tras el coliseo; lugar que en aquél entonces gozaba de mucha privacidad y fumé algo de mota.

Indiferente a la decepción y soñando con no soñar contemplaba el paisaje en soledad; el ojo de tigre trepaba cual maleza a paso lento por las columnas traseras de la arena deportiva, el viento pasaba a través de estas, azotando el pastizal y los árboles cuyas hojas danzaban al unísono del ritmo de los soplidos; la luna surgía entre las nubes del cielo rojizo característico de la época seca. De pronto, las ramas de los escasos robles plantados allí se contorsionaban cual brazos de director de orquesta guiando a sus músicos, el ruido ambiente se apagaba gradualmente mientras que, dos montículos surgían de la tierra a escasos metros.

«¿Qué car-ajo ex ta poasndo?» pensaba en tanto que, en cada morro se formaban un par de centellas amarillas que hacían de ojos. Ante la situación quise ponerme de pie, pero mi cuerpo se sentía anclado al suelo sin posibilidad de ejercer impulso. Hice de tripas corazón para siquiera mirarme de reojo y determinar la condición que me mantenía encadenado a la tierra cual Prometeo a la roca; descubrí entonces que me hallaba cubierto de pies a cabeza por un ejército de liliputienses, una colonia de hormigas rojas que se me metían por todos lados. Y yo sin poder hacer nada.

Quise llevar mi vista nuevamente a los montículos, pero una forma oscura y azabache se atravesó ante mí, apenas sentí el pulso acelerarse por la sorpresa y el horror que me provocó esa cosa condenada, cuando dos luces amarillas le brotaron al instante; igual que a los montículos. Aquella figura se contorsionó de tal manera que su aspecto semejaba inquietud; entonces, se apartó un poco, para revelar ante mi atónita mirada una silueta femenina más negra que la noche sin estrellas. Esta corrió hacia el lugar de donde habían surgido los otros dos seres los cuales aguardaban allí; por su parte, estos se habían transfigurado a un aspecto viril y fornido que, a diferencia de la creatura femenil, vestían ropa y pelucas de alcurnia salidas del siglo XVIII; estos sátiros se apoyaban junto a lo que parecía un pequeño coche Ford de los cincuentas con carrocería de madera y sin ruedas, parte de alguna escenografía teatral. Sin duda mi cuerpo estaba pasmado y mi cerebro se estaba derritiendo, la mota me estaba jodiendo.

La figura de la chica saltaba con locura y apuraba pasos en círculos alrededor de los otros dos machos (si es que es que se les puede llamar así) y al remedo de vehículo al que luego subió; los dos seres masculinos voltearon sus rostros para verme, como si apenas advirtiesen que estaba allí, entonces cada uno se situó en la parte donde debieran ir los ejes de las ruedas del auto y levantaron la carrocería con todo y pasajera, dando a la situación una estética similar a la parafernalia de los penitentes que se disponen a marchar con un monumento eclesial durante los diferentes desfiles de la Semana Santa, con la dama haciendo de virgen.

Continúa...


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