Concepción Miravet pertenecía a una familia de clase media la cual era oriunda de un pueblo recóndito de León y hacía ya muchos años que había emigrado a Barcelona. Mi mujer tenía dos hermanos algo mayores que ella y una hermana de su misma generación; y mi relación con esta familia era correcta aunque un tanto distante.
Al año de haber contraido matrimonio con Concepción tuvimos una hija, que la cuidábamos entre los dos como era lógico y todo siguió durante un tiempo con bastante normalidad, hasta que un día en que mi hija pequeña estaba haciendo la siesta en su cuna y yo me dediqué a escribir una de mis críticas de una obra de teatro que la había protagonizado un viejo amigo mío y que la había ido a ver, Concepción se me acercó y me preguntó en un tono inquisitorial:
- ¿Se puede saber qué estás haciendo?
- ¿No lo ves? Estoy escribiendo una crítica sobre la obra de teatro que vi hace poco para la revista del barrio.
-¡Bah! No sé porqué te molestas en escribir estas cosas. ¡Vaya pérdida de tiempo! ¡Si al menos con esto ganaras dinero! - respondió ella despectivamente.
Aquel comentario tan prosaico hirió mi sensibilidad en grado sumo. ¿Qué hacía? ¿Le daba alguna explicación? No me la admitiría. ¿Le reprocharía su falta de respeto hacia mi afición al teatro, su indiferencia hacía mi vertiente intelectual? Esto significaría entrar en una discusión sin fin que nos provocaría un malestar.
- Ya sabes cómo soy. Y sabes también que me gusta el teatro.
- Ya. Pero quizás cuando estás en la oficina, te abstraes demasiado con el teatro, y por eso no rindes lo sufiente en tu trabajo, y en consecuencia tu jefe no te tiene en cuenta y no te suben el sueldo.
- Esto que dices es una tontería, porque cualquier persona sabe estar a la altura de las cicunstancias. Además, si no me suben el sueldo es porque dicen que ahora la empresa económicamente no anda muy bien. Por otra parte no voy a sacrificar mi afición al teatro porque a ti no te guste.
Cuando terminé mi escrito el cual por supuesto no se lo daría a leer a mi mujer puesto que empezaba a no confiar en ella, decidí salir a la calle a dar un paseo. Cuando regresé a casa, Concepción me volvió a preguntar como si me hubiese pillado en falta:
- ¿A dónde has ido si se puede saber?
La miré extrañado. ¿A qué venía aquella suspicacia?
- Pues he ido a dar un paseo para que me tocara el aire - le respondí con franqueza.
- Sí, sí... Habrás ido a algún bar a tomar una copa.
- ¡¿Pero qué te inventas?! - exclamé irritado-. Yo no suelo ir a los bares a tomar nada. Pero si un día me apetece; o tengo sed, estoy en mi derecho de meterme en un bar y tomar una cerveza.
- Claro, claro. Y así se te va el dinero.
- Mira. Aqui en Barcelona, aunque hay gente que es alcoholica como en cualquier rincón del mundo, no hay la costumbre de hacer vida en los bares como ocurre en otras regiones de este país. ¿Lo enetiendes? Yo nunca me he emborrachado y no sé por quién me tomas - le dije ofuscado y sin entender a qué se debía aquella acusación.
Por lo visto, Concepción no me veía como realmente era; ni mucho menos a tomar en consideración mi afición al teatro. Para ella yo debía de ser un sujeto que la imitara en sus prejuicios, que asumiera sus puntos de vista; y que fuera su sombra. Lo que más me sorprendía era que me confundiese con un rudo hombre de taberna,, de bar como si fuera un vicioso del alcohol cuando yo no era así. Se puede decir que ella proyectaba en mi el fantasma de su mente.
En una reunión familiar, tuve conocimiento que uno de los hermanos de mi mujer antes de estar casado había sido un sujeto muy pusilánime que apenas se había relacionado con nadie. Una vez en nuestro hogar, le commenté desenfadadamente a mi mujer:
- Caramba con tu hermano. Parece que ha sido muy tímido. Precisamente a los tímidos les conviene arriesgarse a conocer a gente.
- ¿Y tú qué Jordi? Tú tampoco te has relacionado con gente.
Me quedé pasmado. ¿Es que acaso Concepción me equiparaba con su hermano para que yo no me sintiera superior a él? Evidentemente yo no tenía nada que ver con mi cuñado. ¿O es que ella cuando éramos solteros no me escuchó en absoluto cuando yo le hablaba de mi vida mundana? ¿Sabía Concepción cómo era yo? ¿Vivía ella en una fantasía ajena a la realidad?
- Te equivocas, mujer. Yo he sido lo contrario de tu hermano de lo cual me alegro, porque me he relacionado con muchas personas - le repliqué.
Muy pronto tuve la respuesta acerca de llo que le ocurría a mi mujer. En otra fiesta familiar un primo suyo que la conocía bien, me informó con una inusitada rudeza:
- Concepción no es una mala mujer. Pero está muy acomplejada. Ella ha visto que sus hermanos, sus amigas se casaban menos ella, y esto la ha llevado por la calle de la amargura. Intentó atrapar a un tipo para casarse a toda costa y no ser menos que los demás, pero éste le salió rana. Al fin te pescó a ti, como podría haber sido otro. Ella a lo que iba era a formar una familia como fuese. Pero no te creas, por desgracia esto es más corriente de lo que puedas imaginar.
Exactamente. Y por eso mismo prescindía de mi auténtica manera de ser.
En la actualidad,mi hija se ha hecho mayor, pero mi mujer y yo hacemos cada uno nuestra vida.
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