Nació un díscolo día de otoño, entre las luces y sombras de una temprana mañana recién levantada y cubierta de rachas de una fría lluvia y vientos del este. No rompió en llanto cuando las blancas manazas del docto galeno golpearon sus nalgas buscando arrancar el primer sonido de aquellos pequeños pulmones. Pero estaba vivo, muy vivo… ¡Y era un ser especial!
Todos le observaron con tristes miradas queriendo ver en aquel cuerpecillo una simple anomalía que el tiempo podría curar con su crecimiento, que sería algo pasajero y natural, como ocurre con el pequeño pollo que nace envuelto en el suave edredón y tira después el plumón para convertirse en un ánade de vivo color.
Pero no… Esta vez no. Ellos no se han parado a pensarlo, pero la Naturaleza es terca en su experimento; por fin ha intentado ser lo más justa posible y acabar para siempre con los torpes distingos de raza y color, el claro y el oscuro, los dos primos antagónicos subsumidos en justa mitad. Mañana, cuando crezca y de hombre tome conciencia en su perfección, cambiará su perfil según quien le hable a la otra mitad de su otro igual. Todo está arreglado. Todo es bipolar en un solo polo, todos se hablarán entre iguales, del lado según les convenga evitando el odio, y no sentirán la vergüenza de ver la maldad que reflejen ese par de ojos en distintas niñas del lado contrario a su otro color.
Una nueva raza, unos nuevos hombres…
El primer “blanquinegro” ha nacido…
¿O quizá el “negriblanco”?
¡Qué más da! ¡Viva el bicolor!
Pero… condenados a mirarse de lado.
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