-¡Eres muy cortante! -chilló la coma al punto y aparte.
-¿Qué me dices, vieja vírgula? Os dirijo a completar el sentido de lo escrito echando mi vista atrás; y, de paso, me preparo y me doy un cierto tiempo para de nuevo pensar -le dijo el punto y aparte tras enfrentarse a la coma.
-Soy cortante pero enhebro, por delante y por detrás… -le insistió con malas pulgas-. Tú tan sólo te limitas a un cortito respirar.
-¿Pero qué dices? Yo os ayudo a oxigenar. ¿Te parece poca cosa, cara cero? -contestó malhumorada.
-Pero yo a veces sigo, incluso pongo el final, cosa que tú nunca puedes ni jamás lo intentarás, porque soy punto y seguido, y también punto final.
-¡Silencio en mi texto! -gritó el párrafo-. Yo os contengo sin chistar… ¡Y no me quejo por ello, quisquillosas puntuaciones! -pretendiendo sentenciar.
-¡Pero bueno, pero bueno…! -se afanaron en hablar, ambas juntas, al propio tiempo local.
-Basta… ¡Basta ya…! ¡Vuestras pugnas terminaron…!
-Es que… Es que… -siguieron las dos chillando en su batalla campal.
-¡Se acabó, leñe! Punto y coma y todo en paz, en bendito matrimonio… -cerró el parrafillo la historia, casando así la absurda guerra del sentido de la frase.
-Y… ¿qué más…? ¡Por Belcebú… me… me olvidé…! ¡Vaya memoria la mía! -quedose el párrafo en blanco.
-¡Ah sí…! ¡A dormir se ha dicho! ¡Ya!
Y así puso el candado el mudo punto y final, que por mandón planta el cierre de este cuentito banal.
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